martes, 30 de mayo de 2017

Invisibles

Ela Urriola

Hay situaciones que resultan invisibles para la mayoría, porque su naturaleza está entre nosotros. Habría que tomar una distancia prudencial, esa misma distancia que nos permitiría identificar si un modo de ser es costumbre, idiosincrasia o mal endémico. El suceso del gato no es solo un problema sobre el gato. Y tampoco es exclusivamente de los que mataron al felino, sino algo mucho más grave: es un problema de la sociedad. Una sociedad que cultiva la falta de sensibilidad, así como se cultiva un hongo en los zapatos o una cepa de virus en el laboratorio. El problema del gato conlleva la invisibilidad de las consecuencias.

Más allá del hecho abominable, padeces de una especie de ceguera, y no precisamente la descripción de Saramago. Desde los gobernantes hasta el estudiante, conocen las normativas de convivencia. Nadie mata un animal sin saber lo que hace, ni nadie roba o deja robar a otros sin saber lo que está permitido. De la misma manera en que esos "hijos de alguien" uniformados lanzaron el gato a la muerte, el político se embolsa la coima; O el representante de la ley se duerme; O un sistema de salud deja morir los pacientes frente a nuestros ojos; O un alcalde baraja los buhoneros de las aceras, pero permite a los hoteles que las secuestren y lancen los peatones a la calle; Y otros oficializan la "vandalización" del ambiente; Y que levitan, porque no pasan sus días atascados entre los tranques y los cráteres; O la política cultural premia escritores, pero confina las obras en bodegas, lejos de las librerías; Y el docente universitario incumple, pero es premiado. Luego está el resto, que observa. Esa mayoría que no es el diputado corrupto ni el mandatario, ni el magistrado fantasma, ni el funcionario coimero, ni "los hijos de este ni de aquel ..." (que como buenos "hijos de" también roban en mayúsculas). El resto son los invisibles.

Esos invisibles coincidir en que los asesinos del gato no han sido expulsados, que un mejor castigo sería limpiar jaulas en albergues durante 40 semanas. Los invisibles quizás argumentarían que, a quienes usurparon cargos públicos por delinquir, no hay darle casa por cárcel ni país por cárcel, ni mucho menos hospitales por cárcel (esto vale la leyenda urbana de que en Panamá hay que robar más del millón, porque este Umbral hace la diferencia en el castigo); Que reúne todos los gastos necesarios para arreglar las vísceras de quien realmente lo necesite; Que la violencia no es percepción; Que la miseria es otra forma de violencia.

Pero resulta que los invisibles bien pudieron ser la masa de Wright Mills o los extranjeros de Erich Fromm, y en este caso harían lo que fuera por el que reparte el jamón, o el que tiene los millones en Suiza. Porque si no los vean, ellos sí miran. Miran la impunidad, la riqueza fácil y la burla frente a ellos, que son invisibles. Entonces, aspirar a dejar de serlo. En Panamá, las leyes se rompen sin consecuencias; Rompemos hasta las leyes de la física: aquí no todas las causas tienen efecto. Ese es el peligroso mensaje que fomentamos.

Un día es un hombre que se desprende y es invisible, o se despertó en escarabajo. Y, como el gato, es lanzado a la muerte; Es lanzado de las aceras, de los hospitales y de un estado de bienestar y seguridad. No hay culpables, mucho menos un castigo acorde al hecho. No hace falta adivinar el final. El problema del gato es más que el problema del gato.

http://www.prensa.com/opinion/Invisibles_0_4768023226.html