sábado, 16 de junio de 2012

Los intelectuales “comprometidos” y la economía de libre mercado

Francisco Díaz Montilla

Muchos intelectuales son  implacables críticos del modelo de organización económica  de libre mercado (capitalismo). Esta situación llevó a Robert Nozick  (1938-2002) a preguntarse ¿por qué se oponen los intelectuales al capitalismo? (Socratic Puzzles, 1997).

http://doxa-filosofica.blogspot.com/2012/06/los-intelectuales-comprometidos-y-la.html

viernes, 15 de junio de 2012

Un veto a la nación

Ela Urriola

Muchos de los defensores de la creación del Ministerio de Cultura han visto el veto del Ejecutivo como un freno a la institucionalización de una actividad prioritaria de la sociedad y los sectores involucrados en ella, pero en esa reacción ante lo inmediato han perdido de vista lo medular del hecho. No se ha vetado la creación de un Ministerio de Cultura por razones jurídicas, se ha vetado a la nación por razones viscerales.

Cultura y nación tienen como común denominador la identidad en tanto que una, la primera, sustenta necesariamente la segunda. No entender eso, sencillamente es no comprender la razón política del Estado y mucho menos la razón de ser de un gobierno. La identidad cultural es la carne, el espíritu y único fundamento de la identidad nacional. Son miembros de la misma ecuación que da como resultado el Estado Nacional. Una no puede existir sin la otra, de lo contrario sería demagógica la concepción de una sociedad basada únicamente en imágenes simbólicas o su posición geográfica. Serían hordas ocupando un espacio y enarbolando un cráneo en la punta de una lanza.

La cultura de una nación, utilizando una definición muy simple, son todas las creaciones espirituales, materiales, científicas, técnicas que conforman una sociedad; su forma de vida, sistema de creencias, vestimentas y convicciones políticas; es su pasado, presente y futuro. Desde el sancocho y el arroz con coco hasta las sinfonías dodecafónicas de Roque Cordero; el traje ngäbe y la pollera santeña; la diversidad lingüística y los bailes regionales; la riqueza ecológica y la arquitectura urbana. Esas diversidades étnicas, lingüísticas, históricas y de costumbres terminan sintetizándose en un proyecto compartido que le da forma a la nación, de lo contrario estaríamos en una lucha permanente entre unos y otros. La cultura es un ente vivo que como la corriente de un río se alimenta de afluentes, quebradas, manantiales y depresiones pluviales para crear esa fuerza que lo caracteriza y le da personalidad en los mapas.

Sin cultura no hay nación, y sin nación es imposible concebir la figura jurídica del Estado que concede poderes al gobierno para lograr los fines de la sociedad. Negar la validez institucional de la cultura es ignorar el principio lógico que permite la existencia de los otros, es un salto hacia el pasado que nos lleva de la convivencia democrática a la horda. Del dominio de las instituciones a la ley del más fuerte. La cultura es todo lo que una sociedad ha hecho en su decurso histórico, lo que hace para lograr sus objetivos colectivos y proyecta realizar en un futuro a corto y largo plazo. Es la única forma de engrandecimiento nacional y de pertenencia colectiva.

Es cierto que la cultura se hace en las calles, en las plazas, en los hogares y en los pueblos: hay cultura en un baile congo y en un tamborito; en un bullarengue y en un concierto de la sinfónica; en la pintura de un bus y en el Museo de Arte; en el desierto de Sarigua y en los manglares de la bahía. Está en todas partes, la sentimos y la respiramos a cada momento, pero a esa pulsaciones del quehacer popular es necesario darle un ritmo para que la sociedad entera la viva al unísono y se sienta partícipe de ella, que le dé esa monolítica consistencia del espíritu nacional, y eso solo se logra con un reconocimiento de todos por medio de un organismo cuya institucionalidad garantice el pleno derecho a la creación, participación y disfrute del bien cultural.

La desafortunada decisión del Ejecutivo de vetar la creación del Ministerio de Cultura no es una medida contra el grupo partidista que la llevó al pleno, es un veto a la nación panameña que por encima de los partidos políticos y de los gobiernos de turno se ha sustentado pacientemente haciendo cada cual lo suyo para construir un país. Es una tragedia administrar una nación de la que se desconoce su pasado distante y presente.

La creación de un Ministerio de Cultura no es la idea de un individuo o colectivo político, es una idea y una lucha largamente gestada desde la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, bajo la jefatura de Rogelio Sinán, y que fue la simiente del Instituto Nacional de Cultura, con el cual se han estructurado las bases que deben conducir, por necesidad histórica y razón administrativa, a un ministerio cuya autonomía de acción, recursos y cobertura de servicios contribuya a consolidar ese anhelo de todos los panameños: ¡ser una nación!

http://www.prensa.com/impreso/opinion/un-veto-la-nacion-ela-urriola/100516