martes, 25 de junio de 2013

Psiquiatría y globalización

Pedro Luis Prados S.

Este artículo debió titularse “Antipsiquiatría y anarcocapitalismo”, porque en verdad se trata de hurgar más allá de las especulaciones de la prensa sobre el cierre del Instituto Nacional de Salud Mental (Insam), antiguo Hospital Psiquiátrico Nacional, producto de las recomendaciones de una comisión técnica que evaluó la necesidad y cualificación del mismo. Porque de seguro, aquellas personas ignoran los criterios que dicha comisión tenga en materia de las más innovadoras y controvertidas teorías en el tratamiento de personas con padecimientos de salud mental.

Estoy seguro, y apuesto los terrenos que me tocan en las áreas revertidas, que esta comisión acudió a los textos de Ronald Laing y David Cooper sobre antipsiquiatría y la necesidad de establecer nuevos vínculos en la relación médico-paciente que regule el dominio del médico sobre el padecimiento del enfermo. Señalan los autores de Psiquiatría y antipisquiatría y Vieja y nueva psiquiatría, que “no hay personas locas, sino familias enfermas” y con esto engloba todo el entorno del paciente incluyendo la sociedad en que vive.

Por esta razón, la cura no está en los centros hospitalarios, sino en una terapia que incluya el entorno familiar y una inserción del sujeto en el núcleo social-cultural al que pertenece, esto conllevaría necesariamente la desaparición de los centros hospitalarios y la decisión del médico para determinar quién es enfermo mental y quién no.

Señala Laing que, al igual que los delincuentes en una prisión, a los dementes se les encierra (con antecedentes bien precisos en la Edad Media) en reclusorios, con la diferencia de que a los primeros por un juez y la comisión de un delito, y a los segundos por un médico que no tiene parámetros evidentes entre cordura y locura. Este principio debe conducir a la eliminación progresiva de los centros hospitalarios y a la renovación de los vínculos de los pacientes con el entorno familiar y a la reducción sistemática de la intervención clínica del médico. Aunque las tesis y los experimentos de los psiquiatras ingleses no tuvieron total éxito, aún siguen siendo tema de investigación en los centros de Palo Alto, California y en la Universidad de Turín.

Se habla, además, de un proyecto encaminado a “privatizar” los terrenos del Instituto Nacional de Salud Mental, del Centro de Reclusión Femenino y el Asilo Bolívar para un magno proyecto urbanístico a gran escala con los parámetros del anarcocapitalismo de David Friedman, según el cual el Estado no debe poseer bienes ni intervenir en la actividad económica privada, con lo que las fronteras, los controles gubernamentales y las políticas estatales desaparecerían a favor de la mundialización del capital.

¿Por qué no vemos también una sana intención de volver a estos ancianos a sus hogares después de tantos años de aislamiento y resocializar a estas mujeres con programas de inserción familiar y comunitaria?

Debemos ver el proyecto de eliminar el Insam como un esfuerzo gubernamental por lograr la inserción social que desde inicios de este gobierno los panameños han estado esperando y que ahora, con los 85 pacientes psiquiátricos y posiblemente los ancianos y reclusas se inicia antes de finalizar el mandato. Ponerse los zapatos del pueblo en un centro psiquiátrico y caminar –y por qué no si los locos son más– por las vías de la integración social y familiar es una medida prudente y largamente esperada por los panameños.

Pregúntese, mi estimado lector, ¿si los locos son más –y hay pruebas irrefutables de ello– y los médicos dictaminaran su encierro, cuántos miles de kilómetros y millones de dólares necesitaría este país para su cuidado?

Somos de la opinión que la comisión técnica que dictaminó el cierre del centro hospitalario debe explicar en un programa de amplia difusión, ante especialistas en el tema, sus argumentos para esa decisión y, estoy seguro, tal como yo lo visualice en un ejercicio paranormal, que el pueblo panameño terminará por comprenderlo.http://www.prensa.com/impreso/opinion/psiquiatria-y-globalizacion-pedro-luis-prados-s/187330

martes, 4 de junio de 2013

La democracia como ficción

Francisco Díaz Montilla

La democracia, el gobierno del pueblo, es una de las ficciones políticas modernas más influyentes. Ya Jean Rousseau manifestaba que “un gobierno tan perfecto no es propio de hombres”. De hecho, en virtud del teorema de Arrow, tampoco lo sería de dioses.

Pese a ello, el sustantivo “democracia” y el adjetivo “democrático” remiten a estados sin los que no podemos concebirnos, aunque ello es más producto de propaganda que de razonamiento; la democracia promete mucho y es poco lo que realiza.

Tal vez por eso, el genio de Jorge Luis Borges llegó a decir que esta es “... un abuso de la estadística”, al tiempo que se preguntaba “¿por qué suponer que la mayoría de la gente entiende de política?”, a lo que respondía en los siguientes términos: “La verdad es que no entienden, y se dejan embaucar por una secta de sinvergüenzas, que por lo general son los políticos nacionales”. Mientras que E. Hubbart, decía: “La democracia tiene por lo menos un mérito, y es que un miembro del Parlamento [Asamblea] no puede ser más incompetente que aquellos que le han votado” y para G. B. Shaw este sistema “... sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección hecha merced a una mayoría incompetente”.

La democracia es un espectáculo que se realiza cada cierto tiempo y, aunque es una tomadura de pelo, el pueblo –su gran artífice– no puede sustraerse de ella: está en juego su futuro (las prebendas, el nombramiento, la bolsa de comida). Sheldon Wolin lo describe gráficamente: “Y hay, por supuesto, el momento culminante de las elecciones nacionales, cuando la atención de la nación está obligada a hacer una elección de personalidades más que entre alternativas.

Lo que está ausente es la política, el compromiso de encontrar donde se encuentra el bien común en medio de la confusión de los financieros y los altamente organizados... con un solo propósito, los intereses de poder buscan rabiosamente a los favores gubernamentales... y la administración pública por un mar de dinero”.

Se entiende por qué esas personalidades insisten en que hay que preservar la democracia; y por qué lo contrario a ella resulta sospechoso e inaceptable. La democracia en peligro debe ser defendida, impuesta, pues no admite alternativas: es la democracia totalitaria de la mayoría, aunque ejercida por minoría.

Por eso no es extraño que nuestros sistemas políticos sean proclives a eso que Wolin llama totalitarismo invertido, teniendo como resultado que “la ciudadanía, o lo que queda de ella, se practica en medio de un perpetuo estado de preocupación” y que terminen –los ciudadanos– sometiéndose, pues como señalaba Thomas Hobbes “cuando los ciudadanos se sienten inseguros y al mismo tiempo impulsados por aspiraciones competitivas, anhelan estabilidad política más que compromiso cívico; protección más que participación política”.

De eso se trata, de creer que participar políticamente es como avistar un cometa y de que lo demás corre por cuenta de los gobiernos y de los partidos políticos y de sus candidatos. Lo que usted como ciudadano tenga que decir no cuenta porque otro lo ha dicho y otros han decidido cuáles son sus alternativas.

http://impresa.prensa.com/opinion/democracia-ficcion-Francisco-Diaz-Montilla_0_3676882352.html