miércoles, 10 de febrero de 2010

La barba en remojo

Pedro Luis Prados S.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial el clérigo Martin Neimoller (1892–1984) fue liberado del campo de Dachau y por la firmeza en sus creencias durante los ocho años de cautiverio es proclamado presidente del Concilio Mundial de Iglesias Protestantes en la Semana Santa de 1946.

En su discurso pronunció unas palabras muy breves –equivocadamente atribuidas después al dramaturgo Bertolt Bretch– que lo eternizaron en la mente de los hombres libres: “Primero los nazis vinieron por los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. Luego vinieron por mí, pero para entonces ya no quedaba nadie que dijera nada”.

El silencio siempre ha sido el principal instrumento utilizado para someter a los pueblos. Esa bella actitud en la poética amorosa se convierte en torturante herramienta cuando se impone en la vida política.

No denunciar aquello que consideramos injusto o bien callarlo porque no nos conviene o favorece a aquellos por los que no sentimos simpatía, equivale a hacerse cómplice de la injusticia y lo que es peor, a la violación de la ley, ese caro principio de convivencia por el cual han luchado todas las sociedades civilizadas.

Luego de los pasados comicios electorales, los panameños nos sumimos en un letargo mediático en espera de los cambios anunciados y expectantes por una transición que auguraba más rupturas que continuidad en los proyectos estatales.

En los primeros tres meses se le dio al Ejecutivo todas las facilidades para que diera rumbos a la administración pública con nuevos criterios gubernamentales, pero lamentablemente los primeros cien días que estremecieron el país no lograron lo esperado, pues la bilis del resentimiento se esparció sobre los empleados públicos, los políticos salientes y sobre los proyectos ejecutados o pendientes. Como la Inquisición, el afán de quemar pecadores estaba por encima de la misión de predicar la palabra. El pueblo panameño, como buen rebaño, aguardó paciente.

Pasados ocho meses, el panorama es más atemorizante. Una cadena de acontecimientos ha puesto a prueba la solidez de nuestras instituciones y la firmeza de sus funcionarios y sumido al país en un permanente estado de zozobra. No se trata solo de equívocos por inexperiencia, muchos son actos impositivos con claro conocimiento de la norma y a contrapelo de ella. Todo parece orientarse a establecer controles sobre los otros órganos del Estado haciendo uso de mecanismos de presión o de desestabilización de las fuerzas actuantes, pero también de mantener un estado de sitio sobre los adversarios políticos con procesos reales o incoados sobre expedientes inconclusos.

Desde la comedia que significó la escogencia de los magistrados de la Corte Suprema, en donde se hizo escarnio de la sociedad civil, hasta el kafkiano drama de la separación de la procuradora y el nombramiento del suplente, hemos seguido un guión concebido para que nuestro sistema de justicia responda directamente al teclado del Palacio de las Garzas, en el cual la confusión y la distorsión de los preceptos constitucionales ha sido el recurso de la trama, con la consecuente pérdida de credibilidad y crisis de idoneidad. El resto de la sociedad, distante y silenciosa, ha presenciado los eventos con la configuración mental de quien dijera “la Corte Suprema solo le importa a los ricos”.

El afloramiento de las atávicas prácticas de desviación de fondos, comisiones y prebendas del Legislativo y el sesgo que se le diera al manejo del informe del FIS y la difusión de los actos de corrupción, nos hace pensar en una cuidadosa selección de “chivos expiatorios” con la cual se dará paso a la designación de suplentes comprometidos de forma efectiva con los lineamientos ejecutivos.

Defenestración selectiva que sin duda será expedita por la efectividad demostrada de la Corte Suprema en el caso de la procuradora, pero que también coloca una espada de Damocles sobre el resto del organismo. Con recursos así, no es necesario el incendio del Reichstag.

Sumado a lo anterior, sufrimos el despliegue policivo para protegernos de la delincuencia en los cuales los retenes, requisas y vigilancia reforzados con recursos tecnológicos en cada esquina nos hacen sentir atrapados en un mundo robotizado, como personajes de la novela de H.G. Wells. Mientras ponemos nuestra barba en remojo seguimos escuchando la matraca inquisitorial que precede las grandes quemas. Si un mérito tiene el gobierno electo en los pasados comicios, es el haber resucitado la Cruzada Civilista después de veinte años de inacción tras el derrocamiento de la dictadura de Manuel Antonio Noriega.

http://impresa.prensa.com/opinion/barba-remojo_0_2769473164.html