viernes, 31 de agosto de 2018

¿Y después qué?

Francisco Díaz Montilla

Desde hace algún tiempo se ha ido afianzando en redes sociales la promoción de la campaña de no reelección. Si fuésemos coherentes con dicha máxima eso significaría que ningún diputado ni autoridad local (alcalde o representante de corregimiento sería electo en 2019); significaría -también- que tampoco lo sería el actual partido gobernante. Y aunque hay razones parciales para pensar que lo segundo no ocurrirá, lo primero es poco probable que suceda, es decir, de seguro algunos no tan honorables diputados, alcaldes y representantes de corregimiento seguirán en sus cargos por un lustro más.

Parte del problema es que nuestras formas de interacción política están concebidas desde la lógica ganar-ganar. Y tal vez la mejor expresión de esa lógica desde el punto de vista individual es el clientelismo. Es decir, el ejercicio electoral se realiza en lo que podríamos llamar un espacio de intereses: los míos y los del candidato, yo quiero algo y éste igual, y es falso que necesariamente lo que ambos perseguimos es lo mismo, cada uno es instrumento (medio) para el otro, y -sin embargo- es una estrategia que maximiza los intereses de los dos, dado que cada quien conoce (o cree conocer) las estrategias de los demás. El clientelismo es una instancia de equilibrio de Nash. En tal escenario los llamados intereses difusos (colectivos) no existen y aunque se apele a ellos, su función es fundamentalmente retórica. ¡Pero hasta allí!

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