sábado, 20 de junio de 2009

¿Para qué lado salto?

Pedro Luis Prados S.

Las postrimerías del actual mandato ha revivido una ancestral práctica entre los servidores públicos en todos los niveles, consistente en saltar al otro lado del charco en busca de una laja más segura. Pero en esta ocasión el salto no solo va acompañado de un nuevo croar, sino del lodo que intencionalmente echan sobre sus viejos socios en el descomunal brinco de sus patas traseras.

Con perplejidad hemos contemplado en los últimos meses –con mayor persistencia en los últimos 15 días– los movimientos de aproximación de funcionarios públicos de todos los niveles a los estamentos del próximo grupo gobernante, para mostrar su disponibilidad y buena voluntad en la gestión que éstos acometerán el primero de julio. Naturalmente que eso está muy bien, pues hay que darle continuidad a los proyectos gubernamentales y la entidad nacional es solo y a ella todos pertenecemos.

Lo lamentable del asunto es que ese acercamiento, que debe ser expresión de la convivencia como auténtica virtud democrática, está empañado por las oscuras prácticas del oportunismo y el juega vivo, genéticas taras del panameño. Comprendemos que lo hagan trabajadores y funcionarios ubicados en las escalas más bajas de los niveles de mando, puesto que de esa humilde posición depende el pan que deben llevar a diario a sus casas y que la contracción del mercado laboral solo ofrece incertidumbre y nuevas necesidades.

Pero hay otros, ¡y de todo hay en la charca del Señor!, que luego de haber detentado cargos públicos de relevancia nacional por distinción del partido o el gobernante saliente, no escatiman esfuerzos para demostrar su valía y tenacidad llevando su obsecuencia a los niveles más degradantes. Para ello a diario se obstinan por investigar, regular, rectificar o proponer medidas o acciones que nunca se preocuparon en hacer durante los años que detentaron sus cargos, sino que empañan, distorsionan o tratan de enlodar la capacidad o desempeño de sus propios copartidarios o aliados en el poder con el propósito de justificar su nueva posición.

Comprendemos que la justificación o racionalización de los actos es una conducta humana impulsada por la necesidad de compensar las culpas con explicaciones racionales, y entre ellas el descargar la culpa en los demás es una de las más frecuentes. Sin embargo, frente a ese impulso de eludir las responsabilidades y mostrar un rostro a los semejantes que refleje lo mejor de nosotros,están las implicaciones morales que se desprenden de estas actuaciones, y aunque pensemos que convencen fehacientemente a los demás, éstos desenmascaran entre risas y comentarios la “mala fe” encubierta tras el discurso.

Y es que el problema no solo está ceñido por los valores de ética personal que determinan la integridad y probidad del sujeto; también es un problema de valores estéticos, de la elegancia con que se hacen las cosas. Algunas personas pueden dejar entrever el diplomático manejo de Fouché tras la caída napoleónica, o el vulgar arribismo de Antonio Pérez en los entuertos inquisitoriales de Felipe Segundo. De suerte que se puede salir de la laguna con los brincos del sapo pringando de lodo a sus compañeros o se puede nadar con la elegancia y el cuello en alto de un cisne, todo depende de la calidad de personas que queremos ser, lo cual me recuerda las palabras de mi abuela a una muy poco agraciada prima: “¡Fea, pero decente, hija mía… fea pero decente!”.

http://impresa.prensa.com/opinion/lado-salto_0_2593240756.html