domingo, 12 de marzo de 2006

Estadistas y ladrones

Roberto Arosemena Jaén

Cuando la sociedad toma distancia de la justicia se roba en grande. Políticos y empresarios se transforman en bandas de ladrones y el ciudadano se siente autorizado a jugar vivo. El grito de los ingenuos y permisivos es "sálvese quien pueda". No obstante, aparece uno o varios rebeldes al mal y leales al bien que empiezan a correr la voz hasta que logran consolidar un frente de cambio y renovación. Es cierto, que aparecerán demagogos y toda una ola de oportunistas y farsantes que hablarán de cambio para que nada cambie. La idea de un Estado sin justicia igual a una banda de ladrones la menciona Benedicto XVI en su última encíclica. El escenario de mafias gobernantes en lugar de políticos justos es una experiencia común en el mundo liberal y científico de los últimos siglos y también lo era en el siglo IV cuando Agustín acuña la frase.

La justicia, como caridad política, más que un valor cristiano es una condición determinante para la existencia de una sociedad libre, estable y provechosa para las mayorías. La técnica gubernamental para lograr un universo de sociedades justas, solidarias e igualitarias no se reduce a la aplicación de un derecho universalizante, sino que exige la vida justa del gobernante y del ciudadano. Además, de un sistema de justicia capaz de condenar a los corruptos y a todo hijo de mujer que delinque no porque lesiona la ley, sino porque falta a la justicia lesionando la dignidad de su vecino.

La justicia fue un valor cuestionado y casi olvidado de la vida política del siglo XX. La misma teoría jurídica basada en el positivismo científico y estudiada en las universidades desconocía el fundamento racional de la justicia. La justicia como virtud moral era emocional, sentimental y como tal una expresión irracional subjetiva que no podía fundamentar el estado de derecho. La norma era el objeto del derecho y la coerción, el instrumento práctico para lograr comportamientos legalmente admitidos por el Estado. La justicia como caridad política que obligaba moralmente era un asunto particular, de conciencia y buena fe. A tal grado llegó el "desprestigio científico" de la justicia que se le consideró un invento de la Iglesia, y el mismo Hans Kelsen consideró que el derecho ni necesitaba de la justicia ni podía invocar su relevancia doctrinal.

 El derrumbe de la ilusión científica del mundo moderno de que la razón técnica y el sistema de derecho todo lo solucionaría obligó a retornar a los viejos esquemas filosóficos para fundamentar la ciencia, la técnica, el derecho y la política. Las olvidadas virtudes griegas asimiladas por el cristianismo como fue el temple y la fortaleza del carácter, el uso prudente de la inteligencia y la razón, y las relaciones justas entre individuos y gobernantes volvieron a tener prensa y a utilizarse en los currículos de estudios. A tal grado ha llegado la moda ética y moral de nuestro tiempo, que la medicina introduce en 1970 el término de bio- ética. J.Rawls, filósofo estadounidense, conmueve al mundo científico, volviendo a reinterpretar la política como el arte de hacer justicia.

Además, eventos políticos impactantes subrayan el fundamento ético de las sociedades humanas como la revolución iraní del 80 y el colapso del imperio soviético. La moral política en el mundo globalizado y sus contrastantes interpretaciones laicas y religiosas nos obliga a tomar en serio la ética y la integridad y su enemigo jurado: la corrupción sistémica de empresas y gobernantes.

Tan fuerte es la necesidad de moralizar el universo que las ideologías del poder están en retroceso. El mismo gobierno del segundo Torrijos se apresura a aprobar un Código de Ética para todos los funcionarios del Estado sin preocuparse de su efectividad ni de su contenido. Nadie se atreve a comunicarse públicamente si no hace profesión de fe en la justicia, la equidad y la solidaridad. La moda científica que ayer solo admitía normas positivas y un derecho coactivo para determinar las expectativas de comportamiento de la ciudadanía hoy, se avergüenza de hacer sorna de la moral por su naturaleza excesivamente subjetiva, sentimental y cristiana. Un derecho sin moral es una técnica de discriminación, y una moral sin derecho es un mito y una fantasía.

La justicia como caridad política ejercida como bien ciudadano es el único instrumento conocido para barrer a los grupos de bandoleros que, impunemente, roban en grande.

http://impresa.prensa.com/opinion/Estadistas-ladrones_0_1696330544.html