miércoles, 2 de julio de 2008

Los gritos del silencio

Pedro Luis Prados S.

El silencio es soledad y misterio, como lo evocan las metáforas literarias; pero el silencio es en realidad temor oculto, indiferencia o complicidad. Es una forma de atar las palabras para no decir lo que debemos o de ocultar el destello de un pensamiento o, lo que es peor, el miedo convertido en conducta colectiva Como mal incubado en la sociedad, se ha instalado como un comportamiento asumido cada vez que una crisis amenaza nuestra forma de vida o ante decisiones más allá de nuestra conveniencia.

Es una enfermedad que destruye la moral de los pueblos y se extiende en todos los estratos sociales, inclusive en aquellos llamados a sentar las bases de la reflexión crítica como nuestra universidad nacional.

En una pesadilla surrealista despertamos atrapados en congestionamientos de tránsito, gases lacrimógenos, humareda de llantas, pedreas interminables; mientras cientos de conductores sufren el recalentamiento de sus vehículos y hombres y mujeres marchan a pie a sus trabajos o casas ante la imposibilidad de ejercer la libertad de movimiento.

Argumentando disímiles motivos como el alza del combustible o de la electricidad; el costo de la vida; el aumento del pasaje o un acuerdo del consejo general un grupo minúsculo de jóvenes se toman la vía pública como ejercicio mañanero para descargar su adrenalina o mantener su vigencia política. Pero lo más patético no son las formas de protesta ni la inconsistencia de los motivos –cuya diversidad revela una dudosa legitimidad política–, sino el daño hecho a sus propios compañeros que en desbandada –como la foto de la niña vietnamita que desnuda y con un grito ahogado corre aterrorizada por el napalm– huyen espantados de una situación de la que no son arte ni parte.

No entendemos cómo una veintena de sujetos logra que 40 mil estudiantes suspendan sus estudios y se paralice una ciudad por el solo hecho de disentir de las opiniones de los demás. Nos preguntamos si esos estudiantes que ejercen su derecho al voto cada año para escoger la dirigencia estudiantil lo hacen con el propósito de que se les impida el derecho al estudio y a una profesión digna. Es injusto que miles de panameños y panameñas que trabajan arduamente para enviar a sus hijos en busca de una educación vean frustrados sus esfuerzos por los cierres periódicos de la institución.

Y qué decir de los miles de estudiantes que trabajan, desde las tareas domésticas hasta las inclementes labores de la construcción, y que en un esfuerzo superior a sus fuerzas acuden a clases nocturnas y se encuentran que ese sacrificio no tiene ningún sentido Ese es otro sacrificio no mensurable –que solo se mide en las privaciones de muchos hogares; los desvelos de padres e hijos; en el madrugar antes del despunte del sol, trabajar todo el día para luego, con el cansancio a cuestas, acudir a clases en busca de un futuro mejor– el que debe ser ponderado por esos jóvenes guerreros antes de embozarse el rostro y levantar una barricada.

Esos miles de estudiantes que escapan sofocados por los gases lacrimógenos y sobre los que se cierne la pérdida del año académico son la mayoría silenciosa víctima en todas las sociedades de las más variadas formas de las tiranías, pero son también los verdaderos actores de las transformaciones sociales. Son ellos, los que tienen ese poderoso instrumento que les ha dado la democracia a las mayorías para que determinen la legitimidad de quienes los representan.

Esos futuros ciudadanos que se desempeñarán en un país en donde la creciente competencia y calificación profesional definen las opciones laborales, son quienes deben determinar la calidad y derecho de continuidad de la educación que reciben.

Esa mayoría no ha sido más que espectadora de las acciones de quienes se han abrogado el derecho de dirigir su vida presente y futura, de negociar a su nombre prebendas, concesiones y subsidios. Como niños temerosos contemplan eternizados dirigentes pasearse sigilosos por los pasillos impartiendo consignas y manipulando año tras año los movimientos estudiantiles para luego, con título o sin él, insertarse en un cargo público o de elección en los partidos oligárquicos que tanto criticaron. Esa mayoría silenciosa tiene la palabra.

Esas bocas cerradas tienen la obligación de abrirse para decir: ¡Basta! Esos andares apresurados en busca de los portones de salida tienen el compromiso de volver sobre sus pasos en procura de nuevas formas de organización que legitimen sus luchas y aspiraciones, y mantener en alto los ideales del estudiantado y los compromisos con el país.

Una sociedad dominada por la técnica y la universalidad del conocimiento demanda de agrupaciones políticas con formas inéditas de organización, criterios nuevos de validación de sus actuaciones e innovadores procedimientos de lucha. La globalización económica no se asusta con máscaras ni se derrumba con piedras, sino con opciones científicas y el conocimiento que brinda la investigación y el quehacer cultural.

Las preocupaciones por la realidad social no se disipan destruyendo las instituciones que avalan e identifican la nación, sino con la preservación de lo valioso que hay en ellas y el desarrollo de modelos confiables y progresistas. Construir nuevas formas de identidad que unifiquen a los panameños en un proyecto nacional viable, luego de superados los paradigmas del siglo pasado, no es un trabajo de uno, es un compromiso de todos. Es un esfuerzo que requiere la autoestima, la tolerancia y el diálogo inteligente como garantías de la convivencia y libertad de expresión que solo la universidad puede proporcionar. Por eso el primer deber de todo universitario es salvar su universidad, en ello va la salvación de su propio futuro.

http://impresa.prensa.com/opinion/gritos-silencio_0_2328517805.htmlEl silencio es soledad y misterio, como lo evocan las metáforas literarias; pero el silencio es en realidad temor oculto, indiferencia o complicidad. Es una forma de atar las palabras para no decir lo que debemos o de ocultar el destello de un pensamiento o, lo que es peor, el miedo convertido en conducta colectiva Como mal incubado en la sociedad, se ha instalado como un comportamiento asumido cada vez que una crisis amenaza nuestra forma de vida o ante decisiones más allá de nuestra conveniencia.

Es una enfermedad que destruye la moral de los pueblos y se extiende en todos los estratos sociales, inclusive en aquellos llamados a sentar las bases de la reflexión crítica como nuestra universidad nacional.

En una pesadilla surrealista despertamos atrapados en congestionamientos de tránsito, gases lacrimógenos, humareda de llantas, pedreas interminables; mientras cientos de conductores sufren el recalentamiento de sus vehículos y hombres y mujeres marchan a pie a sus trabajos o casas ante la imposibilidad de ejercer la libertad de movimiento.

Argumentando disímiles motivos como el alza del combustible o de la electricidad; el costo de la vida; el aumento del pasaje o un acuerdo del consejo general un grupo minúsculo de jóvenes se toman la vía pública como ejercicio mañanero para descargar su adrenalina o mantener su vigencia política. Pero lo más patético no son las formas de protesta ni la inconsistencia de los motivos –cuya diversidad revela una dudosa legitimidad política–, sino el daño hecho a sus propios compañeros que en desbandada –como la foto de la niña vietnamita que desnuda y con un grito ahogado corre aterrorizada por el napalm– huyen espantados de una situación de la que no son arte ni parte.

No entendemos cómo una veintena de sujetos logra que 40 mil estudiantes suspendan sus estudios y se paralice una ciudad por el solo hecho de disentir de las opiniones de los demás. Nos preguntamos si esos estudiantes que ejercen su derecho al voto cada año para escoger la dirigencia estudiantil lo hacen con el propósito de que se les impida el derecho al estudio y a una profesión digna. Es injusto que miles de panameños y panameñas que trabajan arduamente para enviar a sus hijos en busca de una educación vean frustrados sus esfuerzos por los cierres periódicos de la institución.

Y qué decir de los miles de estudiantes que trabajan, desde las tareas domésticas hasta las inclementes labores de la construcción, y que en un esfuerzo superior a sus fuerzas acuden a clases nocturnas y se encuentran que ese sacrificio no tiene ningún sentido Ese es otro sacrificio no mensurable –que solo se mide en las privaciones de muchos hogares; los desvelos de padres e hijos; en el madrugar antes del despunte del sol, trabajar todo el día para luego, con el cansancio a cuestas, acudir a clases en busca de un futuro mejor– el que debe ser ponderado por esos jóvenes guerreros antes de embozarse el rostro y levantar una barricada.

Esos miles de estudiantes que escapan sofocados por los gases lacrimógenos y sobre los que se cierne la pérdida del año académico son la mayoría silenciosa víctima en todas las sociedades de las más variadas formas de las tiranías, pero son también los verdaderos actores de las transformaciones sociales. Son ellos, los que tienen ese poderoso instrumento que les ha dado la democracia a las mayorías para que determinen la legitimidad de quienes los representan.

Esos futuros ciudadanos que se desempeñarán en un país en donde la creciente competencia y calificación profesional definen las opciones laborales, son quienes deben determinar la calidad y derecho de continuidad de la educación que reciben.

Esa mayoría no ha sido más que espectadora de las acciones de quienes se han abrogado el derecho de dirigir su vida presente y futura, de negociar a su nombre prebendas, concesiones y subsidios. Como niños temerosos contemplan eternizados dirigentes pasearse sigilosos por los pasillos impartiendo consignas y manipulando año tras año los movimientos estudiantiles para luego, con título o sin él, insertarse en un cargo público o de elección en los partidos oligárquicos que tanto criticaron. Esa mayoría silenciosa tiene la palabra.

Esas bocas cerradas tienen la obligación de abrirse para decir: ¡Basta! Esos andares apresurados en busca de los portones de salida tienen el compromiso de volver sobre sus pasos en procura de nuevas formas de organización que legitimen sus luchas y aspiraciones, y mantener en alto los ideales del estudiantado y los compromisos con el país.

Una sociedad dominada por la técnica y la universalidad del conocimiento demanda de agrupaciones políticas con formas inéditas de organización, criterios nuevos de validación de sus actuaciones e innovadores procedimientos de lucha. La globalización económica no se asusta con máscaras ni se derrumba con piedras, sino con opciones científicas y el conocimiento que brinda la investigación y el quehacer cultural.

Las preocupaciones por la realidad social no se disipan destruyendo las instituciones que avalan e identifican la nación, sino con la preservación de lo valioso que hay en ellas y el desarrollo de modelos confiables y progresistas. Construir nuevas formas de identidad que unifiquen a los panameños en un proyecto nacional viable, luego de superados los paradigmas del siglo pasado, no es un trabajo de uno, es un compromiso de todos. Es un esfuerzo que requiere la autoestima, la tolerancia y el diálogo inteligente como garantías de la convivencia y libertad de expresión que solo la universidad puede proporcionar. Por eso el primer deber de todo universitario es salvar su universidad, en ello va la salvación de su propio futuro.

http://impresa.prensa.com/opinion/gritos-silencio_0_2328517805.html