sábado, 29 de noviembre de 2014

El voto zombi

Francisco Díaz Montilla

De acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española, el término zombi designa una “persona que se supone muerta y que ha sido reanimada por arte de brujería, con el fin de dominar su voluntad”, o bien una persona atontada, “que se comporta como un autómata”.

La idea común en ambos sentidos es que se trata de un ser que no tiene la capacidad de autodeterminarse. Y aunque se ha discutido su existencia e incluso hay quienes reportan haberlos visto, pareciera que en el marco de las interacciones sociales de la sociedad posmoderna, el fenómeno zombi es cada vez menos un asunto de imaginario colectivo, de ciencia ficción o literatura.

En filosofía de la mente, la expresión “zombi filosófico” designa un ser hipotético que, aunque indistinguible físicamente de los humanos, carecería –sin embargo– de experiencias conscientes (cfr. David Chalmers: La mente consciente, una teoría fundamental).

El valor teórico de este hipotético ser –al menos filosóficamente– radica en que replantea las discusiones clásicas en torno a la relación mente–cuerpo, la libre voluntad, y otros sempiternos problemas filosóficos sobre la mente y el cuerpo.

En política podría plantearse algo parecido, aunque en este caso me temo que no se trata simplemente de un ser hipotético. Cierta evidencia empírica parece respaldar el hecho de que los zombis existen en política.

Se trataría de individuos que ejercen el sufragio, eligen presidentes, diputados, alcaldes y representantes, aunque bajo estándares que poco tienen que ver con la realización o reivindicación de ciertos ideales: Para el zombi político, el voto nada tiene que ver con la realización de un derecho ni con institucionalidad ni con libertades, pues no se percibe a sí mismo como sujeto de derechos, en tanto relega su ejercicio a terceros, la disfunción institucional no le afecta y la libertad es una carga.

El zombi político es un ser atado inexorablemente a los condicionamientos, a las dádivas de aquellos extraños redentores que saben lo que necesita, que entienden sus necesidades y que –en un acto de desinteresado altruismo– están dispuestos a satisfacerlas, no importa si en esa tarea son saqueadas las arcas del erario –como en un caso de antología de la impunidad– se grita a los cuatro vientos (billetes en mano) haber sido sobornado para la aprobación de leyes. No en vano, al menos para los políticos, el zombi se pone a disposición de estos de manera absoluta.

El zombi –por definición– no tiene la capacidad de rectificar: Él reafirma lo actuado. Ejemplos paradigmáticos de la manifestación de su actuar en política serían los resultados de las elecciones parciales realizadas este mes en los circuitos 7-2 y 2-1. Un elector sensato, ante la monumental evidencia sobre el mal uso de fondos públicos habría rectificado su decisión inicial, por elemental civismo.

Pero un acto tan noble y libre, jamás podrá ser realizado por un zombi. Para él la posibilidad de cambio o mejoramiento social, institucional, cultural, etc., relacionados con un ejercicio responsable, crítico y cívico del sufragio, sencillamente no existe. Ha de cumplir, de forma inevitable, con elegir a aquellos a quienes ha identificado como sus amos y a quienes se debe. Lo demás no cuenta.

http://www.prensa.com/impreso/opinion/voto-zombi-francisco-diaz-montilla/431961

jueves, 20 de noviembre de 2014

¿Se puede odiar a toda una religión?

Ruling Barragán Yañez

Odiar es una triste y peligrosa condición humana. Distinto a la ira o la indignación, el odio es un estado emocional mucho más permanente, que puede incluso durar toda una vida. Y sin ser necesariamente más intenso que aquellas emociones, el odio afecta al espíritu humano de tal modo que impide entender ciertas cosas y, más aún, tener una actitud correcta ante ellas, por decir lo menos.

Es comprensible que se podría odiar a una o varias personas, por uno o varios actos que hicieron algún daño grave. Sin embargo, hay quienes dicen que no sólo se puede odiar a unas cuantas personas o actos en concreto, sino también a conjuntos o clases enteras de individuos – incluyendo todo objeto o idea asociada con ellos. Así pues, por ejemplo, podría odiarse a toda una clase social, un partido político, o una institución religiosa (es decir, a todos los miembros que conforman dicha clase), junto a todos aquellos objetos (estructuras y símbolos) e ideas (creencias o convicciones) con que se les pueden asociar.

Esta forma de odio es el producto natural de un proceso mental denominado comúnmente como “generalización”. Si Juan odia a la clase X, es porque uno o varios miembros de tal clase cometieron un gran daño físico y/o moral. Así, Juan asume que todos los miembros de X se comportan o comportarán igual. Juan también puede odiar a la clase X porque esta sostiene ciertas ideas que, de llevarse a la práctica, causarían mucho pesar. Igualmente, Juan podría odiar a cualquier objeto (por ejemplo, un libro o una bandera) asociado a la clase X.

En el caso de la religión, las cosas no parecen ser muy diferentes. Quienes, por ejemplo, dicen odiar al catolicismo, podrían hacerlo porque algunos de sus sacerdotes han cometido abominables actos de abuso sexual contra menores. Quienes dicen odiar al Islam, lo harían porque un grupo de extremistas asesinan salvajemente a personas inocentes. A lo anterior, se suma el siguiente hecho: se desprecian y consideran falsas todas las creencias y convicciones que constituyen estas religiones (se rechazan de plano y en bloc, sin hacer ninguna salvedad), aun cuando tales convicciones no tengan que ver - incluso se contrapongan - a los abominables hechos arriba mencionados. Así pues, no sólo se podría odiar a toda una religión por los actos despreciables de algunos de sus miembros, sino también por las ideas que la constituyen y por las cuales la juzgamos como falsa en su totalidad.

En cierto sentido, resulta lógico y comprensible odiar o despreciar a una persona, o a un grupo de ellas que ha hecho un gran daño. Igualmente, a ciertas ideas que pueden inducir a personas a causar grandes daños. Sin embargo, es ilógico e incomprensible generalizar y extender tal odio a todas las personas e ideas. Aparte, no es posible realizar esto en la práctica. Es decir, nadie puede odiar realmente a la totalidad de las personas o ideas que se subsumen bajo una clase tan extensa (sea esta “Catolicismo, o “Islam”), porque simplemente no puede tener experiencia o conocimiento de todas ellas.

Si las anteriores apreciaciones son correctas, entonces no es posible odiar a toda una religión, si en ella incluimos a todas las personas que la practican, así como a cada una de las ideas que la conforman. En sentido estricto, sólo se podría odiar a personas, actos o ideas específicas. Por consiguiente, cualquier odio a una clase o conjunto cuya extensión desborda nuestro conocimiento y experiencia no corresponde a la realidad y, en virtud de cierta lógica y ética, siempre deberíamos evitar.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Entrevista con Ela Urriola

Michelle Montenegro

La poesía es, de cierta manera, un medio de acceder a un mejor disfrute de este mundo. ¿Cual sería la forma para acercar al lector común a ese placer?

Con la poesía sucede lo mismo que con la filosofía, a veces se percibe como distante, como algo fabricado, estructurado e inalcanzable, pero tanto la filosofía como la poesía están cerca de la vida. Entre más simple, más sencilla, es más real, así que no se trata solo de escribir, sino de leer poesía. La forma en que se nos presenta o se nos enseña en las escuelas. Yo enseño a jóvenes y adultos y sé que la manera de llegar al conocimiento tiene que partir de eso, de lo esencial, de lo básico, solamente así puede el otro identificarse con lo que le muestras.

http://www.ellas.pa/entre-nos/ela-urriola

lunes, 10 de noviembre de 2014

Escribir o interpretar historias

Roberto Arosemena Jaén

Un colega profesor de filosofía me preguntó qué tipo de historia exigía la nación panameña en la actualidad. Seguir investigando los documentos del pasado para escribir lo más ajustado a la realidad la historia nacional o, por el contrario, entregarse a la tarea de una interpretación histórica rigurosa, no contradictoria, depurada del mito de los imaginarios colectivos, partidistas e ideológicos. Le contesté que ambos aspectos son necesarios a la luz de las disciplinas históricas desde el enfoque hermenéutico, desarrollado durante las últimas décadas del siglo XX y la primera del siglo XXI.

Nadie discute hoy, en sede académica y científica, si la historia es una disciplina fundamentada intersubjetivamente, desde un punto de vista fenomenológico, epistémico y hermenéutico. Así de sorprendente es el avance de la disciplina histórica en los siglos, XX y XXI. El período de las historias especulativas, producto de fantasías moralistas como la de Kant, Hegel, Marx y otros, sometidas a leyes universales ha tenido que dar paso a las historias regionales y de conceptos fundamentadas en hechos e interpretaciones bajo el argumento irrebatible de la crítica ideológica y del sistema de deconstrucción basado en la dialéctica permanente de interlocutores libres y bien documentados.

La primera historia oficial y especulativa del Estado panameño fue el Compendio de Arce y Sosa de 1911. Esta interpretación se ha repetido durante más de cien años, y es consignada implícitamente en todos los libros de historia que se han escrito desde entonces. Incluimos en esta lista los dos tomos de José Eulogio Torres Ábrego, que incluye Contribución a la Crítica de la Historiografía panameña, publicada en el año 2000, por la Universidad de Panamá. La nación requiere de un esfuerzo y un debate académico para investigar los documentos, considerados históricos, depurándolos, hasta donde sea posible, de los sesgos ideológicos y confesionales para desmitificar los acontecimientos del pasado que inciden en el presente y condicionan el futuro inmediato.

Afirmaciones como la religión que une a todos los panameños, para justificar concesiones a Estados Unidos y a la actual Colombia, y liquidar las reivindicaciones de los mártires del 9 de enero no pueden tolerarse en sede académica, si queremos reafirmar los valores que hacen posible la existencia de una sociedad democrática e interdependiente en beneficio de una comunidad nacional.

El mundo globalizado se tiene que configurar con base en identidades o identitarios personales, familiares, grupales, nacionales y mundiales. Un planeta de paz y bienestar solo se puede construir si aceptamos, primero, la realidad que nos toca vivir, para luego establecer el mundo donde podamos compartir y convivir sin prerrogativas en excesos que amenacen la convivencia pacífica. En cualquier caso, recurrir a peligros reales y responder con uso de fuerza desproporcionada, es hacer vigente aquella ley de la Selva o del Talión, de ojo por ojo, y de que la vida de un humano de la propia etnia o nación vale más que la vida de 10, 100, o 1,000 de la nación o etnia enemiga.

El reto de nuestro Panamá es narrar y escribir su historia e interpretarla a la luz de los principios universales que establece que todo ser pensante y libre tiene la dignidad suficiente para coexistir, justamente, en el mundo globalizado. La interpretación histórica es un poderoso recurso para lograrlo.

http://www.prensa.com/impreso/opinion/escribir-o-interpretar-historias-roberto-arosemena-jaen/421380