jueves, 31 de agosto de 2017

Las absurdas categorías y salarios de los profesores

Ruling Barragán

No todos los profesores son iguales, sobre todo si son profesores de la Universidad de Panamá (UP). Cada docente universitario es llamado gentilmente “profesor”, pero –en muchos casos– su categoría y respectivo salario no obedece a la cuantía o al mérito de su producción académica, sino al absurdo de un sistema.

Al respecto, el Semanario La U, en su edición del miércoles 25 de mayo de 2016, en una nota referente a la bonificación por antigüedad –que ya ha sido duramente criticada en otros espacios y momentos– desglosa, en unos cuadros de Excel, una información que muchos desconocen: cuáles y cuántas categorías docentes existen y cuánto es el salario que le corresponde a cada cual.

Según esta, hay por lo menos seis categorías de profesores (que colocamos aquí en su orden jerárquico, de menor a mayor): asistente, especial, adjunto, auxiliar, agregado y titular. Si comparásemos este número de categorías con las que acostumbran las universidades inglesas o estadounidenses, nos daríamos cuenta de que tenemos el doble (aunque nuestros recursos son muchísimos menos). Las categorías de profesores en las universidades angloamericanas suelen ser 3, a saber (de menor a mayor), assistant professor, associate professor y professor. Una categorización sencilla y sensata, en especial, para efectos administrativos.

Sin embargo, el detalle es que nuestras 6 categorías se convierten en 17 (y es aquí donde empieza el absurdo), ya que las primeras 2 categorías “asistente” y “especial” se subdividen en 5 cada una (I, II, III, IV y V), haciendo un total de 10, mientras que la tercera categoría, “adjunto”, se subdivide en 4. La sexta, “titular”, se subdivide en 3. Ejemplos de lo anterior son, digamos, el “asistente I”, el “especial III”, el “adjunto IV”, o el “titular II”. Y estas subdivisiones continúan: las 17 subcategorías indicadas a su vez se entrecruzan con las de “tiempo parcial” (TP), “tiempo medio” (TM) y “tiempo completo” (TC), lo que significa que hay –por cada categoría arriba desglosada– un total de 51 clasificaciones (17 x 3 = 51). Así, por ejemplo, tenemos al “especial II TC”, o un “adjunto III TP”, entre otros.

En todo lo anterior, debe tomarse en cuenta que no se está considerando aquí otras categorías, como la de “profesor visitante”, o las subdivisiones de los profesores titulares “por porcentaje” (25%, 40%, 50%, o 75%). U otras curiosas categorías, como el “profesor extraordinario” (¿será que el resto somos “ordinarios”?), el “emérito”, o el “investigador” (¿pues será que los demás no investigan?). Si el lector duda de la existencia de estas clasificaciones puede visitar la página web de la Universidad de Panamá (www.uc.ac.pa)

Sin embargo, el absurdo se acentúa aún más cuando hacemos la correlación salario por categoría. Por ejemplo, la categoría más baja, el profesor asistente I TP, recibirá (a partir de la nueva equiparación salarial) $507.58 al mes, mientras que el titular III TC (la categoría más alta) puede devengar entre $3,866.24 (“salario base”) y $4,542.32 mensuales, es decir, 8 o 9 veces más que su colega asistente. El profesor especial TP, que sigue en jerarquía al asistente, recibiría $703.44, cerca de 6 o 7 veces menos que el titular, a pesar de que dicta prácticamente la misma cantidad de horas (por lo regular, el titular dicta 15 y el especial, 12). Los profesores auxiliares y agregados –al menos, según la información presentada– tienen casi los mismos salarios, $822.96 y $906.72, respectivamente. Y de nuevo, todos dictan esencialmente la misma cantidad de horas que un titular.

Si bien es cierto que en todas las profesiones hay jerarquías, y a cada una corresponden, necesariamente, distintos salarios (que deben tener como base ciertos méritos, no solo la antigüedad), la desigualdad salarial en la UP es francamente absurda. Difícilmente se puede entender que un profesor gane 2, 4 u 8 veces más que otro, cuando la cantidad de horas que labora es básicamente la misma que su colega. Del mismo modo, resulta incomprensible el porqué de tantas clasificaciones entre los profesores –medio centenar–, cuando la función básica de todos es dictar clases y publicar investigaciones, independientemente de su especialidad. El principio “igual salario por igual trabajo” no existe aquí.

Así pues, no todos los profesores de la UP son iguales, tal como sugería al inicio de este artículo. Dejo al buen juicio de los lectores que determinen cuán absurdo es este sistema de categorías y salarios. Y a las nuevas autoridades universitarias, junto a la Contraloría, que lo revisen y corrijan, para hacerlo menos irracional (por su innecesaria complejidad) e inequitativo (por su falta de igualdad).

https://www.prensa.com/opinion/categorias-profesores-Ruling-Barragan-Yanez_0_4564043641.html

sábado, 26 de agosto de 2017

Política permanente

Roberto Arosemena

La política tiene un contenido justo o despótico. Es el debate entre corrupción y justicia. Lo significativo es encubrir despotismo –una forma de imponer el poder- con corrupción –un método de lucrar del poder. El monarca llegó a ser déspota y por tal motivo se le cortó la cabeza. Lo importante de los déspotas modernos es que son corruptos. Al corrupto no se le aplica la pena de muerte, se le ponen multas, fianzas, compensaciones, inhabilitaciones y se les deja en manos de tribunales indulgentes y de magistrados ansiosos de buenos ingresos. El temor del delincuente político es el “linchamiento” -una forma de justicia que aplica el pueblo para hacerse justicia con sus propias manos-. Para evitarlo se aplica, mediante leyes, el “debido proceso”. Medio de juzgar al ciudadano con presunción de inocencia, extensivo al juzgamiento de los déspotas y corruptos. Este dilema se presentó a la asamblea revolucionaria francesa y esta dictaminó que el juicio y debido proceso eran para los seres humanos y que los déspotas debían morir.

¿Qué tipo de seres humanos son los déspotas?

El déspota corrupto es un ser humano, revestido de autoridad por voto popular. La condición de gobernante se adquiere en tal forma que se deja de ser, en la práctica, un ciudadano con limitada discrecionalidad. En esto consiste el riesgo del que se erige sobre la ley, la posibilidad de ser juzgado, directamente, por los tribunales populares. La autoridad sería aquel humano digno de reconocimiento y honor si es efectivo, justo y respetuoso de la ley, y merecedor de la pena de muerte si es déspota y corrupto.

La administración de justicia de este siglo XXI tiene los ojos bien abiertos para identificar a déspotas y corruptos como ciudadanos comunes, cuando en realidad, son representantes del poder soberano, utilizado en beneficio propio y con el uso de la fuerza, la intimidación y el engaño. El caso de Ricardo Martinelli Berrocal, presunto delincuente político, entra en esa categoría de individuos que tomaron distancia de los humanos corrientes y por el voto popular fueron revestidos de la sacralidad del poder. Notoriamente se organizó políticamente para corromperse y ejercer la autoridad como déspota. Actualmente, sin embargo, ninguna autoridad judicial se atreve a considerarlo delincuente, si previamente no se le imputan los cargos en un tribunal competente.

Pregunto, ¿si precipitadamente, se le concedió a Ricardo Martinelli todo el poder de la Presidencia de la República, por el mero hecho del sufragio mayoritario –hecho eminentemente político- por qué ahora rehúsa un juzgamiento político y exige ser juzgado como un corriente ciudadano? Presumo, que no obstante haber sido condenado como “rebelde”, mantiene todo el poder mediático y recursos multimillonarios para continuar intimidando y engañando, de la misma manera como logró posesionarse, en mayo de 2009-2014, de un puesto político que lo colocó por encima de las ciudadanas y ciudadanos panameños.

Aquí radica la inconsistente premisa que puede hacer de la política un ejercicio de corrupción y despotismo, cuando en realidad debería ser una premisa de justicia y régimen de derecho. Ya se está a punto de iniciar un proceso electoral para elegir un nuevo presidente de la República, con la carga onerosa de la impunidad del equipo de gobierno pasado.

El problema de la política no son ni los partidos políticos ni los individuos aislados que pretenden llegar al poder político como independientes. Es aleccionadora la disputa legendaria entre Yahveh y Samuel para nombrar un rey. Israel ha querido tener un rey y Dios le impone una condición: no será un profano, sino un líder religioso de su pueblo. Esta situación no evita ni la corrupción ni el despotismo del rey designado por el profeta. La teocracia no se escapa de la corrupción del gobernante, sino que facilita el despotismo religioso. Concluimos que el problema político es un asunto primordialmente popular y humano.

http://www.prensa.com/opinion/Politica-permanente_0_4834016627.html

viernes, 4 de agosto de 2017

Del sufrimiento en la historia

Ruling Barragán

El filósofo judío Walter Benjamin (1892-1940), aunque casi desconocido para el público en general, es bastante célebre entre sus especialistas por su interesante ensayo "Tesis sobre el concepto de la historia" (1940). En este breve aunque difícil texto, Benjamin critica la idea de “progreso”, pues esta omite el sufrimiento y la muerte irreparables de las víctimas inocentes de la historia. Peor aún, para Benjamin, el celebrado progreso de la civilización se debe precisamente a la violencia ejercida sobre esas víctimas. 

http://www.noesmoda.com/2017/08/del-sufrimiento-la-historia/

jueves, 3 de agosto de 2017

Metafísica y cultura

Ruling Barragán

Según una de sus definiciones académicas, la metafísica es el “ estudio racional de la naturaleza última de la realidad en sus aspectos más generales”. En cuanto tal, su enseñanza formal se imparte en la universidad (en particular dentro de los departamentos o facultades de filosofía). Así pues, la metafísica universitaria o académica no debe confundirse con lo que podría entenderse por ocultismo, esoterismo, misticismo, espiritismo, gnosticismo, nueva era, cábala, magia, alquimia, hermeticismo, teosofía, religión, espiritualidad, autoayuda, logosofía, o cualquier otra concepción de índole similar.
 
No obstante, esto no significa que algunas ideas contenidas en estas curiosas concepciones no sean estudiadas también por la metafísica universitaria. En efecto, la metafísica académica trata algunos de los temas que abordan las anteriores concepciones. Por ejemplo, el fundamento último de todo lo que es, lo cual incluye a las leyes, formas o entes “no físicos” que constituyen la naturaleza y el ser humano (tiempo, espacio, causalidad, existencia, libertad, voluntad, conciencia, entre otros). Sin embargo, el modo que toman sus reflexiones y los resultados a los que llega el profesor universitario suelen ser muy distintos de los que tienen aquellos que tratan las concepciones antes mencionadas.

La diferencia está en el instrumento que utiliza la metafísica académica: la sola razón (ordinariamente entendida, no la imaginación ni ningún tipo de supuesta intuición o revelación). Así también, el método (la argumentación), el modo de escritura (prosa argumentativa) y los pensadores a los cuales cita o se refiere. Así pues, la metafísica en los departamentos de filosofía hace referencia a lo que han escrito Aristóteles y Tomás de Aquino, o lo que han pensado autores como Descartes, Kant, Schopenhauer, Hegel, Wittgenstein o Heidegger, entre otros.

En nuestro país solo se enseña metafísica en nuestra primera casa de estudios, en el Departamento de Filosofía de la Facultad de Humanidades. Ahí recibe el nombre de “ontología”. Hay quienes dirán (no sin razón) que ha de ser un despilfarro de nuestros impuestos sufragar semejante asignatura. Mucho más en un país en el que priman los problemas políticos y económicos.

Otros señalarán que la metafísica puede ser un bonito adorno de nuestra educación universitaria, pero que es completamente obsoleta. Sería mejor dedicar el presupuesto universitario a cualquier asignatura científica o tecnológica. A fin de cuentas, según entienden la mayoría de los científicos y tecnólogos, ya la tecnociencia moderna ha reemplazado la metafísica desde hace más o menos 200 años.

No estoy muy seguro de esto último. Todavía en las universidades más prestigiosas del mundo, de Europa y de Estados Unidos, la enseñanza de la metafísica goza de buena salud. Si los científicos y tecnólogos que rechazan la metafísica están en lo correcto, debemos entonces felicitar a los metafísicos por ser tan astutos, pues siguen acaparando fondos de investigación, pero sin producir nada práctico o rentable.

Quizá, a pesar del rechazo e inutilidad de la metafísica, ella contiene algo de singular e inestimable valor que ninguna ciencia o tecnología puede reemplazar. Y tampoco comprender, pero que a algunas mentes, en todo tiempo y lugar, les fascina indagar. Tal vez, en última instancia, esa sea la justificación de toda metafísica. Como señalaba Wittgenstein, “se trata de una tendencia del espíritu humano”. Tendencia que, según parece, es profunda e inevitable, al menos para ciertas personas, por lo cual sería mucho más que un mero capricho o entretenimiento intelectual. En tal caso, ha de ser contemplada por el derecho a la cultura, permitiéndosele existir y ser cultivada por quienes se interesen en ella. No lo merece menos que el fútbol o tanto programa de entretenimiento en la televisión.

http://www.prensa.com/opinion/Metafisica-cultura_0_4816768369.html