domingo, 11 de abril de 2010

Vuelve el debate sobre la minería

Ela Urriola

“Sueños de oro, corrientes envenenadas”, con este título vio la luz la investigación de Jim Lyons y Carlos de Rosa, publicada por el Centro de Políticas Mineras (Washington, 1997) que ha servido como referente en numerosos debates sobre minería en el continente, obligando a tomar medidas preventivas sobre el tema.

Así, mientras la presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, sanciona una ley prohibiendo la minería –en especial la de cielo abierto, dominante hoy en día por el menor costo de operación– y en Ecuador y Chile los gobiernos hacen los ajustes para prohibir la actividad, el Sr. Ricardo Martinelli proclama a viva voz su disposición de permitirla para incentivar el desarrollo del país.

Lo que por allá no se puede, aquí “sí se puede”. De manera que su ministro de Comercio, por debida obediencia –como en tiempo de los militares– o, por simple “mala fe” –el acto de engañarse a sí mismo para engañar a los demás, (Sartre, 1943)– sale a la palestra televisada promoviendo las bondades del proyecto y la urgencia de modificar el Código de Minería.

Contrario a la minería subterránea, que aprovecha las vetas para extraer mineral de calidad, la de cielo abierto remueve grandes extensiones de la capa superficial para obtener mayor cantidad de material en el subsuelo, pero de inferior calidad.

El uso de grandes maquinarias, cintas transportadoras, tuberías de lavado y uso de explosivos permiten remover montañas enteras en cuestión de horas. El proceso requiere que el yacimiento abarque vastas extensiones y se encuentre cerca de la superficie; como consecuencia, se cavan cráteres gigantescos que pueden llegar a tener más de 150 hectáreas de extensión y 500 metros de profundidad.

Pero el daño no se limita al epicentro de la explotación, lo más afectado es la periferia que puede abarcar miles de kilómetros a la redonda debido a la deforestación, contaminación de aguas, del subsuelo y la degradación general del ecosistema. En los casos de las minas para extracción de oro, como Petaquilla, el uso de la lixiviación con cianuro –procedimiento para lograr la precipitación del oro rociándolo con cianuro (75 gls por pie cúbico de material)– se logra la extracción de un gramo de oro por tonelada de material, contaminando las aguas superficiales y subterráneas, y eliminado toda forma de vida a su alrededor.

Según especialistas en la materia, (Vaughan, Salinas, Elizondo y Kussmaul) luego de investigaciones en Argentina, Chile y Costa Rica, los efectos colaterales más sensibles son: devastación y modificación de la morfología que deja al descubierto grandes cantidades de material estéril; afectación del entorno y pérdida de atracción escénica; contaminación del aire; afectación de las aguas superficiales y subterráneas; impacto sobre el microclima; afectación de flora y fauna y fauna; contaminación residual del entorno e impacto sobre poblaciones desplazadas por la extensión del proyecto.

El saldo negativo a largo plazo no compensa de ninguna manera los daños por una actividad con una duración estimada de 20 años.

El proyecto minero de Cerro Colorado, utilizado como distractor de opinión durante los debates de los Tratados del Canal, logró su objetivo y luego fue olvidado por razones que nadie pudo explicar. Los yacimientos cupríferos que supuestamente excedían las posibilidades de la mina El Teniente, en Chile, no fueron jamás mencionados y quedó en un limbo hasta el presente, cuando posiblemente sea utilizado real o hipotéticamente para una finalidad gubernamental.

El hecho es que la extracción de cobre, al igual que la de oro u otro mineral, a pesar de utilizar otros purificadores químicos, contaminan y afectan de la misma manera el entorno y la vida humana en todas sus facetas. De manera que el “ahora le toca al pueblo” parece no incluir las comunidades indígenas o campesinas víctimas directas del proyecto, ancestralmente expuestas al exterminio por hambre y enfermedades y que ahora son amenazadas por una moderna forma de genocidio sin necesidad de cámaras de gas: la contaminación.

La premura y entusiasmo con el cual el Sr. Martinelli expresó: “Con mucho gusto la cambiamos (la ley). Yo quiero que el gobierno coreano, junto con accionistas canadienses, norteamericanos y de la bolsa de valores, desarrollen esa mina (yacimiento de cobre de Cerro Colorado en la comarca Ngäbe-Buglé)”, nos trajo del inconsciente un oscuro pasaje de nuestra historia escenificado en una habitación del Waldorf Astoria hace poco más de una centuria y que costó 80 años de sufrimientos. ¿No será que la pandereta por los corredores es para acallar las cascadas de cianuro? Ojalá los inversionistas coreanos nos dejen suficiente cobre para el busto del Sr. Martinelli en alguna plaza de Tolé.

http://mensual.prensa.com/mensual/contenido/2010/04/11/hoy/opinion/2150300.asp

sábado, 10 de abril de 2010

Jerusalén, sitio de paz

Pedro Luis Prados S. 

La palabra hebrea Yerushalayim que designa la ciudad procede de las palabras Yeru (casa o sitio) y Shalem (paz), por lo que Jerusalén significaría “sitio o casa de la paz”. El nombre árabe es Al–Quds, “lo sagrado”. Significados paradójicos para un lugar marcado por milenios de violencia y profanaciones bajo banderías de fe o políticas. Poblado hace seis milenios por nómadas semitas se desarrolla lentamente y para el año 3000 a.C., en la Edad de Bronce, los vestigios revelan un emplazamiento amurallado y organizado socialmente. No obstante, la tradición bíblica establece que la ciudad fue fundada por Sem y Eber, ancestros de Abraham.

Habitada durante un milenio por los jebuseos es invadida por los hebreos bajo el mandato de David, rey de Israel y Judá, quien la hace su capital (1004 a.C.); su hijo Salomón construye el Templo para el custodio del Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley, introduciendo la religión en el destino de la ciudad. Con la disgregación del reino de David pasa a ser la capital de Judá y por su esplendor es víctima de sucesivas invasiones. Desde el siglo VI al siglo I a.C. es dominada por los asirios (630–597a.C.); babilonios (597–546 a. C) que arrasan la ciudad y destruyen el templo; persas (546–332 a.C.); macedonios (332–312 a.C.); seléucidas (312–130 a.C.) y, luego de un periodo de relativa autonomía, los romanos bajo las órdenes de Pompeyo en el 64 a.C. hasta la disolución del Imperio de Oriente en el siglo VI d.C.

La caída de Roma facilitó la ocupación musulmana por cinco siglos, hasta la Cruzada del papa Urbano II en 1099 para “recuperar los lugares santos”. Las tres cruzadas que se sucedieron hasta el 1244, mostraron la crueldad de las guerras religiosas con matanzas como la de Acre, donde Ricardo Corazón de León ejecutó a casi toda la población. Tras la retirada de Ricardo I en 1187, Saladino retiene la ciudad que se mantuvo bajo dominio musulmán hasta 1517, cuando pasó al control de los turcos con Solimán el Magnífico. En 1917, con la derrota turca en la Primera Guerra pasó a dominación de Inglaterra por mandato de la Sociedad de Naciones.

La partición de Palestina por la ONU (1947) en dos territorios –uno judío y otro árabe– coloca la ciudad bajo control internacional y crea el Estado de Israel lo que aumenta las tensiones y origina el conflicto Árabe–Israelí con una secuela de tres conflictos armados (1948, 1967 y 1973). La amenaza sobre valiosos sitios hizo que la ONU emitiera la Resolución 194 de 1948, que expresa: “… dados los lazos que la vinculan a tres religiones mundiales, la zona de Jerusalén, incluyendo la municipalidad actual de Jerusalén y las aldeas y centros que la rodean, … debe ser objeto de un trato especial y distinto al de las otras regiones… y colocada bajo el control de las Naciones Unidas”. En la Ciudad Vieja están los santuarios más importantes de las tres grandes religiones monoteístas: el Muro de las Lamentaciones del judaísmo, el Monte del Calvario y la Iglesia del Santo Sepulcro del cristianismo y la Mezquita de Umar en la Cúpula de la Roca del islamismo, las cuales comparten una herencia común.

Las guerra de 1948 deja a Jerusalén Oriental bajo mandato jordano y la occidental en control israelí. La derrota en el conflicto de 1967 de la República Árabe Unida culminó con la anexión de la ciudad a Israel. En 1980 es declarada capital del Estado de Israel, mediante la Ley de Unificación (Ley Jerusalén) –con el propósito de disuadir las pretensiones de Palestina de situar su capital en la sección Este y en la Ciudad Vieja. Ante esa iniciativa la ONU emite la Resolución 478 del Consejo de Seguridad –con la abstención de Estados Unidos– que declara la Ley “como una violación del derecho internacional… y supone un obstáculo para el logro de una paz completa, justa y duradera”, y llama a sus miembros para que retiren sus embajadas de la ciudad. Tras una larga polémica jurisdiccional entre Israel, Palestina y Jordania y con la mediación de la ONU, la Ciudad Vieja fue declarada en 1981 Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. En 1982 Jordania pide incluirla en la “Lista del Patrimonio de la Humanidad en Peligro”, debido a proyectos urbanísticos de Israel que afectaban el núcleo histórico.

Aseverar que el destino de Jerusalén está ligado a Israel y le corresponde a éste “ser guardián de la capital del mundo”, como señaló el Sr. Martinelli es desconocer la historia y un derrubio diplomático. El pueblo hebreo sólo la tuvo durante 400 años luego de la invasión de David –que la ocupó, no la fundó– y en la actualidad Israel sólo tiene 40 años de controlarla, de la misma manera que el mandato cristiano sólo duró 70 años. De los seis milenios de historia de la ciudad la presencia cristiana e israelí son las más efímeras y tal vez las que menos huellas han dejado en su cultura y mentalidad. Afirmaba Aristóteles que frente a los apasionamientos o intereses, la prudencia es la necesaria virtud del político.

El valor estratégico y las pasiones religiosas han hecho de la historia de la ciudad una zaga de fanatismos y sufrimientos. Es posible que sea un verdadero sitio de paz cuando adquiera carácter de ciudad–Estado y se reconozca su derecho de autonomía ganado por el dolor acumulado; pero también cuando comprendamos que las tres creencias religiosas tienen los mismos orígenes, sus textos relatan los mismos hechos, predican las misma moral, veneran los mismos profetas y sobre todo, ese Dios objeto de adoración con diferentes nombres es el mismo para todos.

http://impresa.prensa.com/opinion/Jerusalen-sitio-paz_0_2813718691.html

miércoles, 7 de abril de 2010

Dinero y terror

Roberto Arosemena Jaén

Desde que el dinero anuló el trueque, se empezó a pensar en serio sobre su significado. Personajes influyentes de la primera revolución exitosa de occidente, la norteamericana, pienso en Benjamín Franklin y Barack Obama (1776–2010), le atribuían un papel instrumental, pero sumamente peligroso.

Una especie de demonio que transformaba a los hombres en ambiciosos, pervertidos y prepotentes. Cuando Bush se retiraba por el patio trasero, en el salón principal de la Casa Blanca, se oyeron gritos contra el becerro del dinero. Hoy, Europa exige que los bancos paguen por el costo de asegurar el valor del dinero e, ingenuamente, el Presidente estadounidense vigila la reducción de los ingresos millonarios de los grandes ejecutivos y ha perdido la noción de bosque por la percepción de árbol.

El cristianismo ya había hecho el gran esfuerzo entre Carlo Magno y Napoleón (800 a 1808) de prohibir legalmente el precio del dinero (cobro de intereses por préstamo). Aristóteles afirmaba que el dinero no tenía valor. Valor tienen los bienes que satisfacen necesidades básicas del animal humano.

Marx caracterizaba el sistema del dinero mercancía como la esencia del capitalismo decadente, y Benedicto XVI califica como pecado capital el enriquecimiento excesivo y contribuir al aumento de la brecha entre hambrientos inseguros (pobres) y gente satisfecha y asegurada (ricos con dificultad para meterse en el ojo de la eternidad).

“Poderoso señor es Don Dinero” cantaban los poetas hispánicos e, incluso, los académicos más prestigiosos del mundo de la ética y el derecho actual claman por la necesidad de domesticar ese poder de cambio que enriquece y empobrece.

Organismos internacionales y gobiernos diseñan e inventan convenios para reducir y evitar el “blanqueo de capitales”. Con dificultad se puede distinguir el dinero sucio y el dinero limpio. Dinero es dinero, respaldado por los poderes fácticos de la política y el consumo.

 En Panamá también llueve y no escampa. El dinero nos está enredando y sorprendiendo. La reciente recompra de los corredores ha hecho reflotar la duda y el “aventurerismo” financiero del gobierno. Todavía no hemos pagado los peajes, y ya el mercado de bonos corporativos de ICA los está vendiendo a 150 millones devaluados. Ni el dinero fresco de la CSS asegura la viabilidad de esa empresa –ficticia hasta el momento– que será ENA (Empresa Nacional de Autopistas), promovida por el Ministro de Finanzas. Pienso, repentinamente, en la posible empresa que compre la autopista de Panamá-Colón, la cinta costera y toda la red vial y de carreteras de la República.

Pienso en la recompra del tercer juego de exclusas y la colocación en la bolsa de los bonos corporativos del Canal, que cubrirán los peajes por los próximos 30 años (quién me puede garantizar que no será una medida de este gobierno de financistas y banqueros).

El gobierno del cambio está a punto de entregar el transporte metropolitano (Metro Bus) a una empresa que, sin lugar a duda, conocerá toda la letra menuda de ICA y Pycsa; Unión Fenosa y Cable & Wireless; Slim y Oldebrecht. Toda inversión futura multimillonaria –el negocio de la basura lo es a nivel municipal, el metro a nivel nacional– debe ser aprobada en referéndum con el 50% de la participación electoral. No se pueden repetir los plebiscitos del Canal sin partidos y sin democracia, o con menor número que el 50% de los votantes.

Es hora de frenar la impulsividad financiera que se inició irresponsablemente con las privatizaciones y concesiones del gobierno de Ernesto Pérez Balladares, y se recrudeció con la sesión de derechos de los ingresos de los peajes del Canal con el “plebiscitado” Cuarto Juego de Esclusas que realizó el segundo gobierno PRD, con apoyo abierto de Cambio Democrático.

 No se puede continuar poniendo en manos de ningún gobierno la riqueza soberana del Estado panameño. Las expectativas de cambio para mejorar, como el decreciente optimismo sobre la gestión financiera del actual gobierno, son apuestas mediáticas que solo interesan a los manipuladores del populismo de una sociedad empobrecida.

Ni PRD ni CD. Apostamos a un Panamá disciplinado y consciente de la crisis financiera que ocupa y preocupa a los mejores cerebros y gobiernos del planeta.

http://impresa.prensa.com/opinion/Dinero-terror_0_2811468983.html