domingo, 24 de diciembre de 2017

Reflexión y esperanza

Roberto Arosemena Jaén

Sométanlo todo a prueba y quédense con lo bueno. Es un mandato humano sin efecto jurídico que se fundamenta en la sabiduría de los “jedi” (abuelos), diría Francisco en Roma.

Absténganse de hacer el mal es el mismo mandato, pero en su expresión negativa. A nivel de convicción personal, no se trata de hacer el bien y rechazar el mal, ya que esto parece un asunto connatural. El tema es qué consideramos bueno y malo, para ser atraído por lo bueno y estar incómodo con lo malo.

Esta vivencia analizada, existencialmente, llevó a un filósofo-literato a proclamar que el “humano está condenado a ser libre”. De la lucha por la libertad y la tolerancia de la época moderna, nos precipitamos al sometimiento a la libertad de la posguerra. Actualmente, con la incredulidad en un Dios presente, nuestro infierno es decidir por formas de vida que van condicionando nuestro presente y determinando nuestro futuro. Son esas decisiones de vida y muerte que nos dejan marcados como el hierro candente del propietario. El pasado se presenta irreversible y como tal requiere de purificaciones costosas y de olvidos dramáticos, que va produciendo adicción y parálisis con olor a féretro.

Urge retornar a los orígenes del mandato “deóntico” de someterlo todo a prueba para quedarnos con lo bueno. El mandato es nítido y simple, pero nos arroja de lleno en la aventura de nuestra libertad. ¿Quién nos obliga a someter nuestra libre conducta a prueba? ¿Qué argumento es tan fuerte y concluyente para decidir quedarnos con lo bueno, que por lo demás, no conocemos.

La aventura de la libertad es un asunto tan errático que unos se sienten condenados a ser libres y otros a practicar el libertinaje. La mayoría, por el contrario, ni se siente obstaculizada ni se considera comprometida a detenerse antes de precipitarse al vacío. Sabemos por intuición que los grandes espectáculos continuarán y los ricos, famosos y poderosos se sucederán ininterrumpidamente. El espectáculo es función del espectador que espera y visualiza el desborde de emociones, sentimientos y realizaciones.

El año finaliza con un retorno acelerado hacia las cosas que sucedieron y que nunca hubiésemos querido que sucediesen. Esa misma noche vieja es el inicio del año nuevo. El momento de oscurecerse es el mismo instante del alumbramiento y del amanecer. El que se queda rezagado en el pasado y en lo viejo ni vislumbra lo bueno de lo luminoso y lo inmenso, y anida en lo más íntimo de su ser el pensamiento ruin, el desquite y la venganza del prohibido olvidar.

Lo significativo de este teatro del mundo es la posibilidad que tenemos de cambiarlo para lo mejor o para lo peor, somos autores, no espectadores, de escenarios legítimos donde la justicia enfrenta la perversión y la esperanza enfrenta la frustración. Las cosas humanas y naturales evolucionan y revolucionan al compás de esa capacidad de examinar y probarlo todo para irnos quedando con lo bueno e ir dejando lo menos bueno para todos. Somos herederos y partícipes de los años idos y por venir y hacemos de sus fechas asuntos reiterativos, dignos de ser vividos y asuntos delirantes, que conviene superar.

La Prensa, 24 dic 2017

domingo, 17 de diciembre de 2017

¿Qué significa contribuyente?

Francisco Díaz Montilla

Se trata de una pregunta que –como tantas otras- no hemos debatido en Panamá. En parte, porque reina la idea equivocada de que los tributos es un tema que compete exclusivamente a los especialistas, cuando en realidad se trata de algo que atañe al ciudadano, porque independientemente del estatus social y/o económico de las personas, todos pagamos impuestos, sean directos o indirectos.

La Constitución panameña dice muy poco sobre impuestos. Así, los artículos 52 y 264 introducen los principios de legalidad y de equidad tributaria; sin embargo, arrojan pocas luces sobre la interrogante planteada.

Y la pregunta no deja de ser pertinente si se tiene presente que en materia tributaria se han dado en Panamá dos situaciones que merecen ser mencionadas: las reformas al impuesto de bien inmueble y la discusión de la propuesta de ley que eleva a delito la evasión fiscal. Uno y otro caso plantean la recurrente pregunta sobre la relación contribuyente-fisco (Estado) y pienso que en nuestro medio debemos prestar atención y tomar estos asuntos en serio.

Hace algunos años en Alemania, el filósofo Peter Sloterdijk estuvo en la mira de una polémica tras la publicación de una obra titulada Fiscalidad voluntaria y responsabilidad ciudadana (traducida al español en 2014). En dicha obra Sloterdijk se pregunta si es democrática la naturaleza del sistema fiscal, si son los impuestos obligatorios y anónimos propicios para la participación del ciudadano en las tareas del Estado, entre otras. Aunque dichas preguntas se formulan en el marco de la realidad alemana (posiblemente europea), ¿cómo las responderíamos en el marco de la realidad panameña?

De acuerdo con Sloterdijk, “el sistema tributario actual parte de la idea de que solo un ciudadano confuso favorece la recaudación y que el que intenta comprender dicho sistema supone un estorbo, por no mencionar al que desea participar en él”. Para explicar la resignación ciudadana, aun habiendo espacios de participación, por ejemplo en periodo de elecciones, el filósofo alemán hace una aproximación histórica al problema, examinando los distintos modos de apropiación: el saqueo externo de la tradición bélico-expoliadora, la tradición absolutista, la contra-expropiación semisocialista.

Sloterdijk entiende la fiscalidad contemporánea como una amalgama de los dos últimos modos de apropiación; y aunque aparentemente se contraponen entre sí, en realidad se acercan por la visión que ambas tienen de la fiscalidad: las relaciones se imponen desde arriba y el ciudadano, el contribuyente, es concebido como un deudor.

De acuerdo con Sloterdjik, es hora de que el contribuyente sea reconocido como un dador, o incluso como un patrocinador, y no como un deudor; es hora de que se libere de la sutilmente legitimada mecánica humillante y desmoralizante que está detrás del sistema tributario; pues —como apunta Carla Carmona en el prólogo de la edición castellana—“de otro modo, corremos el riesgo de pasar del absolutismo a la era posdemocrática sin haber conocido un sistema fiscal democrático. No se cuestiona el pago de impuestos. Son el precio a pagar por vivir en relaciones ordenadas. Pero ¿por qué el pago no puede ser civilizado?”.

¿Tendremos los panameños la entereza para exigir no ser tratados como deudores y que nuestras contribuciones se usen racionalmente?

prensa.com 17 dic 2017

jueves, 14 de diciembre de 2017

Imperio universal de justicia

Roberto Arosemena Jaén

Hay una utopía, lugar que no existe en ninguna parte, pero todos anhelamos que exista pronto, que viene siendo anunciada hace miles de años: Jerusalén.

Fue, primero, una tierra prometida para los herederos de Abraham. Tierra que al llegar el pueblo escogido estaba en manos de otros. Ese pueblo en diáspora logró asentarse y en un momento formó una monarquía más de guerreros que de sacerdotes, bajo el imperio del rey David. La capital fue Jerusalén.

Esa Jerusalén se convirtió en símbolo sobre todo cuando fue conquistada por el imperio persa y mucho más cuando no quedó piedra sobre piedra al ser destruida por Tito, que luego llegaría a ser emperador romano. Esta radical destrucción sucedió después de la crucifixión de Jesús, un habitante de estas tierras que formó una comunidad religiosa que se extendió por toda le región.

Al transformarse el poder islámico en imperio, los límites del ya desaparecido Jerusalén fueron ocupados y sacralizados por los seguidores del profeta, que lo convirtieron en el tercer lugar más importante del islam. La disputa por esa “tierra prometida” al final del primer milenio de la era cristiana se hizo escenario de las Cruzadas, donde príncipes cristianos y musulmanes lucharon por la ocupación de la renovada Ciudad Santa.

El siglo XX retorna a crear el poder judío-Estado de Israel, con las mismas pretensiones de las 12 tribus guiadas por Moisés y reinterpreta la promesa hecha a Abraham en favor de los descendientes de Isaac. En este contexto el apoyo del poder estadounidense es determinante. Se está en capacidad de desalojar y erradicar a todo aquel que desconozca al sionismo como propietario de Jerusalén y de los límites de la monarquía del rey David.

El contexto y el trasfondo interpretativo de este accidente de declaración del impulsivo Trump, de que Jerusalén es la capital de Israel, es el siguiente:

Pablo de Tarso, el fariseo, devenido en apóstol de Jesucristo, establece que la promesa hecha al legendario patriarca Abraham, sobre su descendencia, que ocupará y dominará la tierra prometida, no es según la carne, entendida como la descendencia de Isaac (mundo judío) ni de Ismael (mundo islámico) sino de la descendencia espiritual divina que es Jesucristo.

Esa Jerusalén, tierra prometida, se configura en un símbolo de justicia por la labor insistente de los profetas -Isaías, entre otros- de la diáspora cristiana y del dominio islámico de la región.

Jerusalén es tierra de Dios (Jehová, Alá, Cristo), allí se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán. No es tierra de reconquista, ni de revancha y tampoco de ira, violencia y muerte.

Pedro divulga la buena nueva de que “nosotros –los cristianos- confiamos en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva –la nueva Jerusalén-, en que habite la justicia.”

La visión más acertada de Jerusalén, compartida por Naciones Unidas, es la de que la tierra prometida “hará de árbitro entre las naciones y a los pueblos dará lecciones. Harán arados de sus espadas y sacarán ‘machetes’ de sus lanzas. Una nación no levantará la espada contra otra y no se adiestrarán para la guerra”. ¿No es, acaso, el fin del Consejo de Seguridad de la ONU preservar la paz y garantizar la justicia internacional entre los Estados?

El debate sobre el “estatus de la Ciudad Eterna” no tiene sentido a nivel de territorio nacional de ningún Estado, ni de israelitas ni de palestinos. Es un emplazamiento o localización devenido en símbolo de justicia permanente y de paz perpetua por designios de las ciencias históricas, de las convicciones religiosas y ahora de los debates políticos de altura de las Naciones Unidas, gracias a la decisión intempestiva del provocador Trump.

La Prensa, 14 de diciembre 2017


lunes, 11 de diciembre de 2017

Ética pública: alcance y límites

Ruling Barragán

El pasado martes 5 de diciembre la Autoridad Nacional de Transparencia y Acceso a la Información (Antai) realizó una feria informativa “sobre las iniciativas y programas que se implementan para la prevención y lucha contra la corrupción, en pro del mejoramiento de la gestión pública, el acceso a la información y la transparencia gubernamental”, la cual también conmemoró de manera anticipada el Día Internacional contra la Corrupción (9 de diciembre).

Entre varias iniciativas de la Antai sobre este tema, trabajando junto con la Autoridad Nacional para la Innovación Gubernamental (AIG), además de instituciones públicas, así como miembros de la sociedad civil, me resultó de particular interés el “curso básico de ética para servidores públicos”, en modalidad virtual. Esta iniciativa, la cual se encuentra apenas en su primera fase –por cierto, muy elemental y que, por lo mismo, requerirá de un sustancial desarrollo, como bien ha reconocido ya la institución– se propone como una herramienta didáctica, entre otras de carácter legal, administrativo e informático para luchar contra la corrupción y, claro, mejorar el servicio público.

Al respecto, me parece pertinente hacer unas consideraciones críticas y valorativas, pues la enseñanza de la ética pública, uno de los distintos modos que adquiere la ética aplicada (la cual es, a su vez, una concreción de la ética filosófica) ha sido siempre, desde un punto de vista profesional, asunto de los profesores de filosofía.

En principio, se ve con buenos ojos el interés creciente (y, de hecho, ya no tan reciente) de las instituciones públicas (y también privadas) por incluir la ética como parte de la formación profesional de sus colaboradores. Entre ellas hay que destacar también al Tribunal Electoral, que incluso ha invitado a expositores internacionales para que diserten sobre esta temática. Sin embargo, puede preocuparnos que quienes organizan y dirigen estas iniciativas en la Antai y otras instituciones no cuenten con el asesoramiento profesional de especialistas en filosofía para la concepción, desarrollo, implementación, monitoreo y evaluación de estas.

Sobre este punto, resulta necesario recordar que, profesionalmente, el principal referente institucional en el territorio nacional sobre el tema de la ética es el Departamento de Filosofía de la Universidad de Panamá. Ahí se imparte la “licenciatura en filosofía, ética y valores”, que comprende asignaturas como la “axiología” (teoría de los valores), “deontología” (ética profesional), “filosofía de los derechos humanos” y “problemas éticos de nuestro tiempo”, entre otras, todas asignaturas muy pertinentes a la formación del servidor público.

Como gremio profesional, los profesores universitarios a cargo de estas asignaturas podrían extrañarse de que no se les invite a ser partícipes de una iniciativa como la que propone la Antai u otras similares, en varias instituciones. La Procuraduría de la Administración, por ejemplo, ofrece regularmente capacitaciones en ética profesional a servidores públicos, pero no nos consta que quienes imparten estas tengan estudios formales en alguna licenciatura de ética.

Otra observación que me parece pertinente subrayar –y que responde al título de esta columna– tiene que ver con lo que la enseñanza de la ética pública (o la ética en general) puede lograr y qué no. Recordando a Schopenhauer, no debemos ser ingenuos y pensar que la enseñanza (ahora virtual) de la ética nos convertirá automáticamente en “buenos ciudadanos” o “mejores personas”. Sin duda, la ética (su estudio formal) nos ayuda a clarificar conceptos, hacer mejores juicios, así como conocer (y también concebir) teorías que intentan comprender y explicar nuestras actuaciones.

Sin embargo, lo fundamental a la ética no es algo meramente conceptual o teórico, sino práctico y existencial. Y esto depende más de la voluntad, el carácter y los buenos hábitos, que en muchos casos son muy difíciles de forjar, sobre todo en personas ya adultas. Voluntad, carácter y buenos hábitos (a estos últimos, Aristóteles les llamaba “virtudes”) que requieren ser atendidos desde la niñez y la adolescencia, no tanto por instituciones del Estado, sino por todas las esferas sociales (familia, planteles educativos, comunidades religiosas, clubes cívicos, deportivos, asociaciones e instituciones culturales, así como medios de comunicación).

Si bien “un curso básico de ética pública” es un positivo e importante paso, su alcance es muy limitado, por lo cual no debe sobrestimarse su valor y utilidad. Como un primer punto en un prolongado y difícil proceso de transformación cultural (que puede tomar décadas), esta iniciativa es indispensable y debe valorarse en su justa dimensión, comprendiéndose bien su alcance y límites. Comprensión que les resulta bastante familiar a los que se han dedicado profesionalmente al estudio de esta materia, pero que no suelen ser tomados en cuenta en estas iniciativas.

Aunque nos encontremos demasiado lejos de ser Noruega en términos de ética pública y anticorrupción, hay que ver con buenos ojos estas iniciativas. Hay personas en nuestro medio que se preocupan sinceramente por estos temas y hacen algo al respecto.

La Prensa, 11 de diciembre 2017

Revista 'Maga' No. 81 será presentada el 12

Rosalina Orocú

Con broche de oro cierra la Revista "Maga" sus ediciones de 2017. El próximo número, el 81, donde aparecen trabajos de más de una treintena de escritores de Panamá y Centroamérica, especialmente, será presentado por la Universidad Tecnológica de Panamá (de la cual es la publicación oficial) mañana a las 7:00 p.m. en el vestíbulo de su teatro.'

http://www.panamaamerica.com.pa/ey/revista-maga-no-81-sera-presentada-el-12-1090943