jueves, 12 de abril de 2018

Sentido y sinsentidos del mundo moderno

Ruling Barragán

Todo ser vivo tiene experiencias, mas no todos obtienen sentido de ellas. Obtener y dar sentido es una capacidad exclusiva de los seres humanos. Y entre todas las acepciones de la palabra “sentido” hay una de carácter eminente, que denota un orden, fin y realización para la vida humana y la naturaleza en su conjunto. En tal acepción, el “sentido” – una noción de hondo calado existencial y especulativo – se refiere al significado de la existencia y el mundo en su totalidad.

En la Antigüedad y el medioevo, hasta bien entrada la modernidad, la noción de sentido estuvo estrechamente vinculada a las grandes cosmovisiones religiosas y filosóficas de Oriente y Occidente. En ellas, el sentido radica en una realidad que es anterior y superior a lo humano. Dependiendo de la tradición y concepción religiosa o filosófica, tal realidad recibe uno u otro nombre: Brahman, Nirvana, Tao, Eheye Asher Eheye (“Seré el que seré”), Dios, el Uno, el Summum Bonum, lo Absoluto o el Ser.

Durante el transcurso del mundo moderno, su ciencia y tecnología, así como sus transformaciones político-económicas a la vez que socioculturales, aquella noción de sentido ya no fue la misma; terminó convirtiéndose en una ilusión, grandiosa y grandilocuente, en la cual ya no se podía creer, tal como pensó Nietzsche.

Se perdió entonces el sentido de lo sagrado. Lo que prima en la vida del hombre actual es lo profano, a saber, el ámbito de lo material, conflictivo y trivial. Así pues, la economía, la política y el entretenimiento, respectivamente, rigen y dirigen nuestra atención, ocupaciones y preocupaciones. Mammon y Moloch (el dinero y el capitalismo), así como Momo y Baco (la farsa y la diversión), son los dioses a quienes se les rinde culto a través de los medios de comunicación y el mercado. Y junto a ellos, una tecnociencia que solamente es neutral de jure, pero que de facto está determinada por intereses políticos y económicos.

El Sentido (en mayúscula) de antaño ha venido siendo desplazado por los sentidos (en minúscula). Lo que es meramente sensual, transitorio e intrascendente constituye lo único que tendemos a valorar. Esto afecta negativamente nuestra capacidad de relacionarnos éticamente con los otros; con la pareja, la familia, la comunidad, el Estado, la naturaleza y hasta con la propia cultura. Ya no hay por qué hacer grandes esfuerzos, compromiso o sacrificios. Al final del día, lo que determina nuestra relación con este mundo resulta de lo que le apetece y parece a nuestro mero ego...

El mundo, sin embargo, tal cual lo experimentamos, está también lleno de absurdos (léase, “sinsentidos”). La muerte y dolor, el horror y terror, la miseria y tragedia, se dan a cada instante, en cualquier punto del orbe, desde el principio de los tiempos. E incluso cuando tenemos experiencias por medio de las cuales obtenemos sentido (profundas experiencias de belleza, bondad, o justicia), siempre pueden abrumarnos los sinsentidos o absurdos que se dan en todas partes, en conflictos, crueldad, injusticia y perversidad de todo tipo.

No obstante, si en el “gran teatro del mundo” podemos identificar algo como un absurdo, ¿no es precisamente porque en nuestro ser reside algo que capta y genera sentido, por lo cual podemos reconocer lo absurdo o el sinsentido en cuanto tal? De otra manera, no podríamos reconocer el sinsentido o sentido de lo que sucede en el mundo.

Si el lector acepta el anterior razonamiento –simple y trunco, no lo niego– todo lo que tenemos es un pobre y obvio maniqueísmo; de que hay bien y mal, justicia e injusticia, crueldad y compasión, sentido y sinsentido, mas sin poder determinar, de una vez y para siempre, cuál entre ambos opuestos tendrá la última palabra al final de nuestra existencia individual y cósmica.

El ser humano queda insatisfecho y frustrado al no poder encontrar seguridad o certeza de que, al final de todo, el bien triunfa sobre el mal, la justicia sobre la injusticia, o el sentido sobre el sinsentido. Este es el precio que paga la humanidad cuando se prescinde de aquella noción de “Sentido” (con mayúscula), en esa acepción que hemos indicado al inicio de esta breve columna.

Dicho lo anterior, tiendo a pensar que la crisis espiritual del mundo moderno, en la que se prescinde de aquello que antes confería pleno sentido a la existencia, jamás podrá ser superada o resuelta con lo que hoy se nos presenta bajo los distinguidos nombres de “Progreso”, “Ciencia” o “Neoliberalismo”, entre otras modernas sustituciones.

La naturaleza humana no se satisface con estos sustitutos, que – aunque asombrosos y portentosos en sus logros – no colman su profundo anhelo de algo realmente absoluto e incondicional, que verdaderamente trascienda la precariedad y transitoriedad de las cosas.

Quizá el mundo moderno ha atrofiado nuestra capacidad de dar u obtener “Sentido” de nuestra experiencia de la vida.

La Prensa, 12 de abril 2018.