miércoles, 10 de abril de 2013

Cultura política y poder

Roberto Arosemena Jaén

Venezuela es una comunidad digna de estudio y reflexión. En estos días, se desangra entre la esperanza del cambio y la desilusión de una revolución inconclusa. Henrique Capriles Radonski encarna el cambio; Nicolás Maduro Moros, el esfuerzo de concluir la revolución chavista. Como corolario a este dilema político surge el discurso “cuasi religioso” de ambos contendientes.

Desde la distancia del observador se diría que la retórica de los candidatos obedece a la mentalidad de la masa de votantes venezolanos. Catorce millones irán a las urnas el 14 de abril para decir quién es el sucesor del expresidente fallecido.

¿Podrá el rosario de Capriles convencer a la mayoría de que él es el hombre de confianza de la heroica república bolivariana? O por el contrario, ¿podrá Maduro, el candidato que recibe la visión del espíritu alado del comandante y repite la oración de Francisco de Asís, concluir la revolución pendiente de Hugo Chávez?

Esta línea de pensamiento termina afirmando que el éxito o fracaso de los aspirantes a Presidente de la V República bolivariana dependerá de la credibilidad que susciten “el flaco” o el hijo de Chávez con sus discursos. Ellos mismos se descalifican como demagogos, farsantes y mentirosos. Cada uno se coloca como portaestandarte del bien y la estabilidad, y amenaza al pueblo con el revanchismo de derecha o el oportunismo de izquierda –los enchufados–.

El problema de la democracia en nuestro continente no es el de la credibilidad ni el poder del voto libre e inteligente. El problema es si el poder constituido está en capacidad de aceptar una derrota o si la oposición está en capacidad de defender el voto popular depositado en las urnas.

En la práctica, la Venezuela de Chávez es la misma de las cuatro repúblicas anteriores. El poder constituido determinante desde los días de Bolívar es el Ejército, si no que examinen la trayectoria de los presidentes venezolanos. Los militares se cuentan en decenas y los civiles en unidades. Es decir, que si no se cuenta con la anuencia y el apoyo abierto del Ejército no se gobierna ni se puede gobernar en Venezuela.

De allí la insistencia de Henrique Capriles de presentarse como una leal oposición en el contexto de la V República, erigirse en la solución del pésimo gobierno de Nicolás Maduro y en presentarse como un equilibrado comandante en jefe del Ejército bolivariano.

¿Qué sucederá social y políticamente en la hermana república la próxima semana? ¿Cuál será la decisión mayoritaria en las urnas y cuál será el comportamiento del poder constituido, fuera y dentro del Ejército?

¿Será Nicolás Maduro capaz de llevar adelante el proyecto de Chávez o internamente su gobierno será liquidado por el fraccionamiento entre las facciones que luchan por el poder burocrático del Estado? Esta interrogante estará pendiente del resultado de las elecciones el día 14. Lo significativo de este posible desmembramiento entre la legitimidad y la eventual legalidad de la V República es el papel que jugarán las Fuerzas Armadas y el nivel de tolerancia o impaciencia de las masas y de los grupos políticos que se han forjado durante estos años de autocracia electoral y de juego formal de la democracia liberal representativa.

En realidad, se tiene una sociedad sin esperanza y con una revolución sin alternativas. Que dicha experiencia pueda ser exorcizada en nuestras elecciones del 4 de mayo de 2014, no tanto en lo militar sino en lo patrimonial por el excesivo poder del dinero y el voraz clientelismo de las masas y esto, sin tomar en cuenta el talante prepotente del jefe del partido Cambio Democrático y la creciente militarización de la fuerza pública.

http://impresa.prensa.com/opinion/Cultura-politica-Roberto-Arosemena-Jaen_0_3635636507.html