miércoles, 2 de diciembre de 2009

El lugar donde se habita

Pedro Luis Prados S.

El pasado mes de noviembre, conmemorativo a la patria, ha sido igualmente dedicado a la exaltación de la ética y los valores para inculcar en los panameños principios morales. Esta doble conmemoración, que parece una simple casualidad, tiene vínculos más profundos en el origen de los conceptos y su significado en las primeras civilizaciones occidentales. Patria procede del latín patrius (patrio) que significa tierra de los padres y deriva en femenino por tener tierra como sujeto, de allí la expresión “madre patria” que encierra la noción de “patria potestad o patrimonio” como suma de bienes materiales y espirituales que identifican la comunidad familiar o social.

Ética deriva del vocablo griego êthos que en su acepción más primitiva significa “lugar donde se habita o morada” y hace referencia a la pertenencia a un territorio. Posteriormente, durante el siglo V a.C, toma dos acepciones de conformidad como se escriba. El término êthos (con e breve) significaba “costumbre o hábitos de hacer las cosas”; mientras que la palabra eêthos (con e prolongada) se refería a “carácter” o modo de ser, tal como lo concebimos actualmente, y tenía connotación política como miembro de la polis o ciudad. Posteriormente, durante la Edad Media, la palabra ética es utilizada por la filosofía para designar la disciplina que tiene como objeto de estudio las normas y la vida moral, y que aún prevalece en nuestros días.

Por otro lado, la palabra moral, de origen latino, procede del vocablo mos que declina en mores que significa costumbre y del cual Cicerón deriva el neologismo moralis, para definir las normas y costumbres que regulan la vida del ciudadano. La tendencia a utilizar ética y moral como sinónimos es producto de una de las acepciones dadas por los griegos y que aún es aplicada en el presente, pero que en estricto sentido académico tiene sustanciales diferencias.

La iniciativa de hacer coincidir el mes de la patria con el mes de la ética –pues en origen ambos conceptos están vinculados a la relación del hombre con el lugar que habita y comparte con sus semejantes– nos lleva a examinar cómo entre los panameños estas nociones se relacionan con la vida práctica. Si nos empeñamos durante toda nuestra vida republicana por recuperar la soberanía integral en todo el territorio; si luchamos para que nuestra bandera flameara en la Zona del Canal; y si inculcamos en la sucesivas generaciones el respeto y amor por las cosas que nos representaban, ¿por qué la experiencia revela que esos propósitos no son suficientes para hacer a los panameños querer aquello que nos identifica?

Es difícil comprender una situación que revela un acelerado proceso de disolución moral, en donde las formas elementales de convivencia se han perdido en beneficio de un estado de guerra de todos contra todos y de la voracidad del oportunismo y el juega vivo; en donde el espacio que habitamos sufre las más repugnantes formas de contaminación y el carácter (êthos) de los responsables de regentar la polis está en dudoso cuestionamiento. Ese lugar donde se habita y que recibimos en herencia patrimonial es, al igual que nuestro cuerpo, una morada del espíritu colectivo que demanda como el primero amor propio, autoestima y salubridad, el valor de lo que somos sólo se revela por la forma como vivimos.

La campaña de ética y los valores desplegada en el mes de noviembre debe ser una actividad permanente, una forma de vida ética y patriótica de ciudadanos y gobernantes, y una reeducación constante de hombres y mujeres de todas las edades lanzados a las calles de la aldea global sin siquiera haber recorrido los trillos de la aldea rural. Construir una sociedad que responda a nuevos modelos requiere de principios éticos que la orienten en esa difícil formación debe abarcar todas las definiciones que los antiguos daban al concepto: Respeto al lugar que se habita; carácter individual que consolide una personalidad colectiva digna y responsable, y conocimiento de las normas y costumbres que posibiliten la pacífica convivencia. Lo demás son sólo expresiones que el folclore proporciona a los mitos cotidianos.

http://impresa.prensa.com/opinion/lugar-habita_0_2716978399.html