sábado, 19 de diciembre de 2009

El ABC del Puente Centenario

Pedro Luis Prados S.

La inauguración del Puente Centenario fue motivo de orgullo para los panameños. Premiado entre las 10 mejores obras de ese tipo a nivel mundial en ese año, anunciaba nuestro ingreso al primer mundo y sus vías de acceso descubrían a propios y extraños la riqueza de nuestro paisaje en la cuenca canalera.

Pasado un lustro vemos que nuestro entusiasmo y orgullo eran transitorios, pues rápidamente se le impuso a la preciada ruta el ABC que refleja todo espacio habitado del país: anuncios, basura y caliche.

La carencia de programas estatales y municipales encaminados a la protección de sitios públicos, en especial de aquellos ecosistemas de los cuales depende el equilibrio urbano, convierte las iniciativas de unas gestiones en botín de las que le suceden.

Así, el propósito de la anterior administración municipal, de mantener libre de vallas publicitarias la citada vía, ha sido totalmente ignorado por la actual, al permitir la saturación con monstruosas atalayas publicitarias.

Vallas, caliche y basura –en el fondo son los mismos contaminantes– comparten los espacios ante la impotencia de miles de panameños que por allí transitan.

No hay vereda, servidumbre o explanada que no sea utilizada para arrojar el caliche sobrante del crecimiento urbano. Irresponsablemente los contratistas, constructores y empresas de demolición vierten sus desperdicios en carreteras y vías sin que autoridad alguna se tome la tarea de hacer cumplir la ley; mientras camiones de algunas empresas y recolectores aprovechan cualquier camino vecinal para arrojar su basura y evitar el pago en el vertedero de Cerro Patacón.

Así las cosas, la iniciativa para paliar las angustias de nuestro diario vivir se reducen a una quincena de fantasías navideñas que entre villas y villancicos nos hagan olvidar la miseria cotidiana.

Como extensión de la penuria, todas las carreteras que conectan las ciudades principales o el interior del país han sido invadidas por el ABC –ya no incluimos la letra Ch porque la chatarra tiene mercado –, a tal punto que viajar es recorrer un túnel de vallas descomunales que interactúan coquetas con cúmulos de basura y caliche en natural paridad de condiciones.

Embrutecidos por lo cotidiano no nos percatamos de la curiosidad mórbida conque cientos de turistas recogen en sus cámaras nuestro laberinto de iniquidad. Extasiados con la aldea global ignoramos los resabios de la aldea tribal.En otros países, España es caso meritorio, las vallas publicitarias han sido reducidas a cero.

El agreste paisaje ibérico, que en mucho tiene que envidiar la exuberancia del nuestro, deja correr la mirada en espacios ilimitados; con muy poco que mostrar quiere mostrarlo todo, en contraste con la perversión de la lógica a que estamos acostumbrados. Enajenados por la panorámica de lo aberrante ya ni siquiera nos damos cuenta de los mensajes, pues la saturación sólo deja percibir masas cromáticas, algún fragmento de texto e imágenes en precario juego compositivo. Allí donde la creatividad ya no crea y la estética ha sido exiliada, sólo queda el tamaño, la imposición y el terrorismo visual. A todo esto nos preguntamos ¿cómo los anunciantes no se percatan de su mala inversión?

El volumen de los basureros, de los túmulos de caliche y de las vallas publicitarias hace del otrora plácido viaje al interior una experiencia intimidante, pues sólo a un par de metros del borde de las carreteras, gigantes de hojalata y desperdicio forman amenazantes murallas.

La violencia, señala Jürgen Habermas, no sólo se expresa por el uso de la fuerza, en su forma más sutil se ejerce por medios persuasivos para dominar las conciencias, con la intimidación latente en cada símbolo y la amenaza subliminal veladamente impuesta; la reacción ante ella suele ser terrible y avasalladora.

Si en verdad existe la voluntad de cambiar aquellas cosas que aquejan a los panameños, es el momento que el Ministerio de Obras Públicas, ante la incompetencia de los municipios, asuma la responsabilidad y el control de los bienes que jurisdiccionalmente le corresponden y haga el debido usufructo de sus utilidades.

Es imperativo promover una ley que otorgue a esta institución el control de los permisos publicitarios en servidumbres y pasos peatonales; que regule su tamaño, cantidad, altura y ubicación; que se establezca tarifas por pie o metro cuadrado y se proceda a liberar el paisaje que es lo único gratuito que tenemos los panameños como patrimonio de la naturaleza.

Que esos impuestos sean el capital para mantener carreteras, caminos, veredas y servidumbres libres de desperdicios; en fin, para que la D signifique realmente democracia y no ditirambo navideño.

http://impresa.prensa.com/opinion/ABC-Puente-Centenario_0_2729727086.html