viernes, 25 de diciembre de 2009

El guayacán tiene quien le escriba

Ela Urriola

En nuestro país, donde los actos públicos están revestidos de teatralidad, aunque la mayoría son histriónicos, es extraño que este género artístico no prospere.

Las actuaciones políticas, sociales, familiares y aun las íntimas se presentan de forma pomposa y a todo color. De manera cotidiana los dramas de dolor y muerte de nuestros semejantes se convierten en festín para los medios, que se nutren del dolor ajeno y les permite impulsar irresponsables campañas que se calcan unas a las otras.

En el año 1981, el desprendimiento de vigas de un inmueble del Casco Viejo causó la muerte de un niño que jugaba en el patio de las ruinas. De inmediato los medios desataron una campaña sobre la inestabilidad de esas construcciones coloniales y la necesidad de demolerlas por seguridad.

El alcalde de entonces, Dr. Roberto Velásquez, y el mayor Pedro Ayala, oficial de la Guardia Nacional, se aprestaron al lugar con una inmensa grúa de demolición y una caravana de camiones dispuestos a arrasar lo que el tiempo no había podido.

A golpes de la inmensa bola se destruyó un edificio del siglo XVII contiguo a la Embajada de Francia, las ruinas del Hospital San Juan de Dios, edificación religiosa del mismo periodo, y se dirigían a tumbar el edificio de la Logia Masónica cuando funcionarios de Patrimonio Histórico y de la Comisión Nacional de Arqueología y Monumentos intervinieron ante el presidente Aristides Royo, quien frenó la acción. Todo fue filmado y transmitido, paso a paso, para solaz de las cámaras de televisión.

La caída de un árbol que segó la vida de un joven profesional, hecho lamentable que conmueve a todos los panameños, es motivo para reflexionar sobre nuestra seguridad en las calles, ya sea como consecuencia de los fenómenos naturales o por la crisis que vive la sociedad en general. Pero, sobre todo, para que las medidas que se tomen no sean una respuesta visceral para aplacar la presión o satisfacer el índice de sintonía de los medios de comunicación, sino opciones racionales, consecuencia de criterios científicos y claridad de objetivos.

Al igual que el incidente anterior, la solución ha sido destruir para que las escenas complazcan la voracidad de las cámaras y no estudiar las causas y hallar soluciones que protejan los pocos bienes arqueológicos o ecológicos que posee esta devastada ciudad.

Una trágica muerte causada por la caída de un árbol o el desprendimiento de un soporte colonial son hechos en extremo raros, tal vez por eso llaman más la atención morbosa que los cientos de asesinatos cometidos por los “diablos rojos”, pero a los usuarios no se les ha ocurrido ir a las piqueras a incendiar estas chatarras, como ocurrió en Perú hace una década. Hay más muertes causadas por violencia familiar, derrames, úlceras, cirrosis o cáncer a consecuencia del seco y ninguna autoridad de ayer o de hoy se ha pronunciado en contra de este veneno con patente de licor.

La incidencia del cigarrillo en el cáncer pulmonar no ha sido motivo para ordenar el cierre de las tabacaleras, y los cotidianos ajusticiamientos no han llevado ni a la promulgación de la pena capital ni a justificar los escuadrones de la muerte. Y sencillamente no lo hacemos porque frente a estos hechos anteponemos la razón de la ley para evitar los apasionamientos que provocan el estupor o el miedo.

Lamentablemente, los árboles, animales, monumentos históricos y ecosistemas no hablan y no pueden defenderse. Por eso es fácil arrasar una selva tropical para horadar una mina, demoler impunemente edificios simbólicos por el ego castrense, contaminar un río para evacuar desperdicios, cazar especies en extinción por el placer de matar o talar decenas de árboles para entretener la opinión.

Pan y circo, aquí todo es posible, porque voltear el rostro es más fácil que aprender. ¿Por qué los directivos de la Anam no aprenden de la Autoridad del Canal que tiene una dirección especializada para el control y mantenimiento de áreas verdes y que se ha mantenido como una prioridad? ¿O por qué el alcalde capitalino no abandona su ridícula actuación en episodios y se pone a trabajar para el puesto que fue, lamentablemente, elegido? ¿Dónde está la Subgerencia de Ornato y Medio Ambiente de la Alcaldía, que “tiene como responsabilidad dirigir el plan de desarrollo y mantenimiento de los espacios abiertos del distrito de Panamá”…?

El silencio y el mirar a otro lado son actitudes de largo aprendizaje que permiten a los estudios de impacto ambiental devastar al país en nombre del desarrollo global. Con dolor hemos visto derribar esos señoriales ciudadanos de plazas, calles, patios y avenidas; hemos contemplado la ordalía del hacha y la motosierra ensañarse sobre los troncos centenarios de esos amigos de siempre y por eso tengo que escribir, para que los panameños sepan que el guayacán, el panamá, los corutúes, los caobos, cedros y espavés tienen quien les escriba. Mientras tanto, miles de panameños se preguntan indignados: ¿hasta cuándo el circo?

http://impresa.prensa.com/opinion/guayacan-escriba_0_2734226625.html