jueves, 16 de febrero de 2017

Rendición de cuentas sobre uno mismo

Roberto Arosemena Jaén

Escribir para no olvidar es lo propio de las historias mediocres. La gran historia humana implica las vivencias de personas que no se enfrentaron al dilema de escribir para sobrevivir. Es el caso de Abraham, Sócrates, Jesús, sobre quienes los testigos, descendientes y discípulos han escritos miles y miles de vivencias, enseñanzas y exageraciones, que cada generación humana, críticamente, examina, revisa y vuelve a interpretar.

Recordar es vivir, es lo propio de los espectadores que reinterpretan esas individualidades que han dado qué pensar y sobre las que se debate, incesantemente. El problema es diferenciar a los que han dado motivos para narrar y escribir sobre sus vidas ejemplares o sus vidas heroicas. Vidas heroicas –no interesa si han sido buenas o malas– como la de Alejandro Magno, Julio César, Saladino, Napoleón, Hitler y, posiblemente, Trump.

Las intenciones y la narrativa histórica son pasajeras y circunstanciales. El gran espectáculo histórico del universo humanizado son las vidas vividas que lograron institucionalizarse. Abraham, como el padre de la religiosidad, dejó de ser una vida desaparecida, porque sobre él se configuraron miles de historias, creencias y fidelidades.

Cosas o eventos similares pasaron con Sócrates y Jesús, en estos dos milenios de occidentalización. Sus personalidades se consolidaron como promotoras del juicio racional y epistémico-científico, como del juicio religioso, sometido a la crítica exegética y hermenéutica. En ambos casos no hay espacio ni tiempo para los fundamentalismos.

Las vidas, señaladas como heroicas –la de Donald Trump podría ser una prematura exageración– han sido malas tendencias que solo se pueden combatir cuando afirmamos los principios que sustentaron la vida de Sócrates y Jesús, y que humanizaron las radicalizaciones de los descendientes, según la carne, de Abraham.

La gran paradoja existencial es que el mundo de los principios requiere para sobrevivir de las vidas heroicas. Pragmática y utilitariamente, son los héroes reconocidos, políticamente, los que logran materializar las costumbres, normas e instituciones.

Esta es la famosa inquietud de la descendencia de Abraham. El pueblo escogido y la tierra prometida solo se logrará cuando aparezca un rey monarca, que levante el poder de la espada de Dios para instaurar sus mandatos. Frente a esta situación doctrinaria se levanta Jesús, como el terrible iconoclasta que destruye el mito del Estado imperial, por la creencia de que la universalización de la verdad y justicia solo es posible cuando los individuos, libremente, entiendan que Dios es padre de los buenos y los malos, y que la universalización de todo ser y persona humana se justificará con el apoyo racional de una filosofía como la socrática, evolucionada y criticada hasta nuestros días.

El mundo sigue su marcha. Las vidas particulares exigen un sentido y una intención de expansión y desarrollo. De allí, el imperativo de “rendición de cuentas sobre uno mismo”.

La opción simple –que no es tan simple ni básica– es vivir y seguir viviendo para escribir sobre sus memorias o crear las situaciones para que las generaciones actuales den testimonio de uno o escriban sobre la ejemplaridad de las vidas singulares o de las vidas heroicas.

Escribir sobre estos asuntos es una actividad compleja que se puede lograr haciéndose cargo de la realidad. Realidad que tiene que ser pensada, reflexionada, decidida y, sobre todo, realizada por nuestras acciones y las acciones de nuestros contemporáneos.

http://www.prensa.com/opinion/Rendicion-cuentas-mismo_0_4690780981.html