sábado, 10 de julio de 2010

Un año en la Alcaldía

Pedro Luis Prados S.

El más reciente sainete político me hace recordar aquella vieja ranchera de Vicente Valdés, cantada por mi madre durante los quehaceres matutinos: “Hace un año que yo tuve una ilusión/ Hace un año que hoy se cumple en este día/ Recordando que en tus brazos me dormía/ Y yo inocente, muy confiado te entregué mi corazón”. Solo un año, no hubo paciencia para más. Si hubiera sido todo el quinquenio diríamos que estamos acostumbrados al sufrimiento o, por el contrario, inmersos en un jolgorio donde prima la diversión y la chabacanería. Afortunadamente solo fue un año y suficiente para que el Presidente –que tiene una gran capacidad de tolerancia para asimilar los desbarres de sus acólitos– haya dado por terminada la pantomima escénica de la administración de Bosco Vallarino al frente de la Alcaldía capitalina.

Y como nuestra Constitución sirve para arropar todos los fracasos e incompetencias, el defenestrado personaje alude haber sido electo por la voluntad popular y, por lo tanto, no puede ser removido del cargo si no es por una revocatoria de mandato. Pero lo que no entiende, o no puede entender, es que esa revocatoria ha sido dada ya en múltiples ocasiones por los comentarios de sus propios colegas, la repulsa demostrada en innumerables encuestas, la burla de sus electores ante sus descabelladas ideas, los fracasos de proyectos inconsultos y, sobre todo, el delirante ridículo de sus argumentos defensivos. Lo que ha hecho el Presidente, esta vez con un verdadero apoyo popular, es hacer efectiva esa revocatoria tácita dada por la inmensa mayoría ciudadana, mediante una comedida solicitud de renuncia.

Como todo tiene su final, ahora resulta que en el cierre del acto el culpable es la víctima y los chicos malos, como en todas las escenas anteriores son los demás. Al igual que la obligada adopción de la ciudadanía norteamericana cayó sobre las espaldas del presidente Pérez Balladares; la culpa de la emisión del cheque para el viaje de su esposa cayó sobre un pobre funcionario de tesorería; el fracaso de contrataciones de las villas navideñas cayó sobre los concejales del PRD; el problema de la basura fue culpa del alcalde anterior y el de las placas del funcionario que no hizo la contratación, ahora la culpa del fracaso de su gestión son los funcionarios del aliado Cambio Democrático por su incompetencia. E. Jones en 1908 llamó esta conducta racionalización y la definió como: “procedimiento mediante el cual el sujeto intenta dar una explicación coherente, lógica o aceptable moralmente, a un acto, idea o sentimiento, etc., cuyos motivos quiere encubrir mediante el convencimiento personal. Un mecanismo lógico que parte del justificarse a sí mismo para engañar a los demás”.

En otras palabras, una forma de mentirse a sí mismo para luego intentar convencer a los demás con un argumento en apariencia racional. El autoengaño y la racionalización no es nada extraño entre los panameños, forma parte de la patografía nacional a la par del “juega vivo” y otras pequeñas manipulaciones. Por nuestra mente pasan personajes abanicándose con billetes de cien ante las cámaras; fotos seriadas de una docena de legisladores beneficiarios de inversiones sociales destinadas a niños y madres solteras; contratos leoninos de proyectos dudosos y concesiones amicales de prebendas estatales y todo… absolutamente todo, debidamente justificado en el nombre del pueblo, por las necesidades del pueblo y el inevitable bienestar del pueblo. De manera que el Sr. alcalde no es una excepción y su malestar no es más que una proyección de ese extendido mal nacional.

Lo realmente ponderable es que el Sr. Martinelli se haya dado cuenta de que “algo podrido huele en Dinamarca”, como dijo Shakespeare, y que todas las cosas no marchan como un megadepot utópico. Que todo no es perfecto y sus funcionarios no son la crema de la intelectualidad.

Que la calificación de las encuestas de su primer año de gestión no alcanza un puntaje para la rehabilitación en nuestro sistema educativo. Y, sobre todo, que haya iniciado una depuración que permita a los más capaces y no a los más vocingleros en la campaña, asumir los cargos de responsabilidad y decisión en su gobierno.

Importante, además, que se haya dado cuenta de que a pesar de que los locos son más, no puede mantenerlos a todos en la misma nave (me refiero a la “Nave de los locos” del Bosco, el pintor flamenco, no el saliente) por riesgo de naufragio, y aquellos de los que no puede deshacerse mantenerlos en una jaula que pueda llevar en sus viajes. Pero sobre todo, y sería lo más valioso, que deje de echar la culpa a los demás de las limitaciones de sus colaboradores y emprenda un programa intensivo de administración moderna de la gestión pública a su equipo de gobierno.

http://impresa.prensa.com/opinion/ano-Alcaldia_0_2881961878.html