jueves, 13 de julio de 2017

Una reflexión sobre el mundo de hoy

Roberto Arosemena Jaén

La sabiduría milenaria de ayer afirmaba, soberbiamente: no hay nada nuevo bajo el sol. La de hoy supone que todo lo nuevo es creatura de la tecno-ciencia. No solo lo supone, sino que lo demuestra. Desaparecen los límites de la naturaleza, sobre todo de esa naturaleza identificada con Dios. Hasta el siglo XVIII, lo más ridículo era pensar un mundo sin naturaleza, es decir, sin Dios. Ninguno con dos dedos de frente se atrevía a decir que la naturaleza era un invento de la inteligencia humana; sin naturaleza no podía existir un conocimiento científico.

El mito de Ícaro, de la Torre de Babel y ahora de los Twitter de Trump demuestran que la “sabiduría” de ayer y de hoy tiene lugares comunes. Hay que ponerle límites a la naturaleza no como lo intentó hacer el mito, sino como lo hace la tecno-ciencia actualmente. La verificación es el secreto entre la superstición, el mito, la fantasía y la estupidez. El conocimiento avanza no porque se cree, sino porque se verifica. El problema es que los “verificadores” son minorías, la gran masa, y vivimos en la era de la masificación, son creyentes que no distinguen realidad de constructos virtuales.

De la misma manera que la humanidad le puso límites a la naturaleza y a sus leyes mediante el conocimiento verdadero –la verificación científica- la tecno-ciencia tiene que imponerse límites. Ni la naturaleza fue realmente Dios, ni la tecno-ciencia puede levantarse contra la naturaleza. Ambas son categorías para calificar el potencial humano y no la existencia divina.

Por ejemplo, la tecno-ciencia de las redes de comunicación, como el Twitter del jefe del Ejército de Armas Apocalípticas tiene límites que la inteligencia de TRUMP no percibe. Trump tiene el pensamiento simple de que si el Twitter fue un buen instrumento para ganarse el voto estadounidense, también le servirá para arrodillar a Europa, China y Rusia.

Esas bravuconadas de la tecno-ciencia tienen la virtud de crear dioses y demonios; para la gente sensata, cosas virtuales; para la otra generación de humanos, ideologías reales por las cuales vale la pena morir y hasta matar. Allí está la prepotencia de los dueños de las armas de destrucción apocalípticas y de su contraparte natural, el terrorismo. Allí está la ideología del género y su contraparte, el fundamentalismo reproductivo. El mundo de hoy no puede ser más de excesos, sino de límites y respetos.

La naturaleza y la tecno-ciencia enloquecen a los promotores de excesos. Los antiguos cultivadores de la ya anacrónica soberbia.

La aparente perversión del mundo de hoy mantiene el germen de su recuperación. La única actividad humana más corrupta, la política, es la actividad que todavía llena de esperanzas a los indignados, a los violentos protestatarios y a las masas silenciosas. No se trata del viejo mesianismo de que vendrá el “Ungido” a renovar el mundo perdido. Las religiones de libro y revelación han insistido en que la redención es una misión divina, no obstante, un líder carismático, surgido en la periferia del Imperio Romano, nos dice que somos nosotros mismos los que tenemos que sobrellevar la carga de la naturaleza y de las civilizaciones.

La misión de cambiar y mejorar es un objetivo de la humanidad de seres libres e inteligentes. No obstante, se sabe que la responsabilidad de la humanidad en su conjunto tiene que ser asumida por individuos y comunidades que sepan actuar con sentido de bien universal compartido, que precisamente es el objetivo pragmático de la política.

Esta propuesta es sumamente compleja y algunos dirán utópica, porque no se encuentra en ninguna experiencia, ni de la sabiduría antigua sometida a la naturaleza, ni de la sabiduría contemporánea sometida a la tecno-ciencia. La única palanca capaz de iniciar el movimiento para remover la corrupción de los políticos es nuestra decisión y convencimiento de hacer política coherente y sanamente.

http://www.prensa.com/opinion/reflexion-mundo-hoy_0_4801019973.html