jueves, 8 de diciembre de 2016

¿Derechos humanos o utopía?

Ruling Barragán Yáñez

En un artículo publicado hace algunos años, el Dr. Miguel Carbonell, investigador jurídico de la Universidad Nacional Autónoma de México, nos recordaba algo que ya todos conocemos bien, pero nos da mucha vergüenza confesar. “Si tomamos cada uno de los preceptos de la Declaración [Universal de Derechos Humanos] y los confrontamos con los datos que nos arroja la realidad, tendremos frente a nosotros un escenario en el que las grandes promesas se violan de forma masiva, cada día. En el bello preámbulo de la Declaración se afirmaban ideales y valores, como la libertad, la justicia y la paz… la fe compartida en los “derechos fundamentales… en la dignidad y el valor de la persona humana… en la igualdad de hombres y mujeres… la importancia de promover el progreso social y… elevar el nivel de vida… sin embargo, la realidad nos sitúa bien lejos de cada una de ellas”.

Ante la realidad de la mayor parte del orbe, las promesas, ideales, derechos y valores de la Declaración Universal palidecen; incluso podrían verse como una broma cruel, o un caso de ingenuo idealismo. En especial, por quienes han sufrido y sufren crudamente sus vejámenes en cada rincón del planeta.

No obstante, la mayoría de los seres humanos no se resigna a la suerte que les depara tal realidad. En cada uno subyace una “energía utópica” (expresión de Habermas, tomada por Carbonell) que lo impulsa a buscar y construir un mundo mejor. No se trata simplemente de un “deseo de vivir” (Schopenhauer); tampoco, de una “voluntad de poder” (Nietzsche). De hecho, resulta difícil precisar esta compleja, pero significativa noción que atañe a la humanidad de modo fundamental. Al respecto, Hegel hablaba del “deseo de reconocimiento” que tiene cada individuo con relación a los otros. Y un filósofo algo olvidado, Bloch, hace unas décadas concebía “el principio esperanza”. Todas estas nociones, apuntan de una u otra manera, a un mismo propósito, inscrito en el corazón humano.

Sea cual sea el pensador o la expresión que elijamos, en toda persona que no se ha rendido en la lucha por la vida (aun cuando se haya debilitado a través de la misma), subsiste una energía que la impulsa a esperar y realizar “lo que todavía no es, pero debe ser”. Este impulso es la materia de que estamos hechos. No se trata de un sueño o una fantasía. Se trata de algo inherente y necesario a la naturaleza humana. Así pues, donde haya seres humanos con suficiente voluntad y conciencia, se canalizará la energía utópica que nos mueve hacia la búsqueda y construcción de los derechos humanos. Y asimismo, otras utopías a las que apuntan las esperanzas colectivas de la humanidad. Esperanzas que a menudo generan y se manifiestan en los mitos y ritos de las religiones, los proyectos e investigaciones de las ciencias, así como las intuiciones y creaciones de las artes.

Si estas apreciaciones son correctas, entonces las promesas de los derechos humanos no son ninguna broma cruel ni una ingenuidad idealista. Se trata de algo que es propio a la condición humana, en todo tiempo y lugar. Las energías utópicas se podrán agotar en algunos (incluso la mayoría), más nunca se extinguirán en todos. Mientras sea así, la existencia del ser humano no será en vano y estará lejos de ser un absurdo. Aunque la realidad no le dé la razón, la energía utópica, sí. Y solo ella bastará para justificar el ideal de los derechos humanos, entre otros ideales.

http://www.prensa.com/opinion/Derechos-humanos-utopia_0_4638286215.html