miércoles, 7 de abril de 2004

Desmoralización política

Roberto Arosemena Jaén 

El cacareado juega vivo de la sociedad civil es la privatización de la corrupción. Aprendemos a jugar vivo en una sociedad donde hay leyes, pero donde las cárceles están llenas de individuos a quienes no se les aplica la ley, sino la presunción de culpabilidad. Lo triste es que no hay un juez que se atreva a corregir los excesos de los fiscales, personeros o corregidores. La respuesta no es "justicia por su propia cuenta", sino juega vivo porque aquí lo que vale no es la ley, sino el tráfico de influencias.

Los de arriba y los de abajo no están sometidos a la ley. El irrespeto de los de arriba es la cultura del espacio político, el desconocimiento de las carreras públicas, la ignorancia del financiamiento de los partidos, la oscuridad sobre los homicidios del pasado reciente y el no querer rendir cuenta de su gestión administrativa. Mientras, el irrespeto de los de abajo es el oportunismo individual y colectivo. El consígueme un puesto y te daré mi voto, págame y te trabajo políticamente, ayúdame ahora para que yo te ayude el día de las elecciones.

El oportunismo colectivo es más sutil que el individual: si se firma un pacto electoral, a lo mejor se consigue el voto de la ONG, de la fundación empresarial, del club cívico y de la secta religiosa. Los grupos que se niegan, por incapacidad o por vocación, a participar en el proceso democrático a un puesto de elección, quieren a través de foros, congresos y comités incidir en la vida política apelando a una representatividad que por su propia configuración han decidido excluir. Así aparece la arrogante sociedad civil vocinglera, autodisplicente y selectiva.

 El ambiente político panameño es claro y transparente. Las motivaciones de los autores no se ocultan ni se pueden ocultar. La gente no cree y sin embargo va a votar. Los que proclaman el voto en blanco, nulo o la abstención, se conforman con varias conferencias, algunas declaraciones antiglobalización y con un afiche nihilista de los obreros de la construcción. Por su parte, las maquinarias electorales de los partidos políticos repiten las reiterativas peroratas mediáticas.

Los mismos personeros desgastados a sueldo que ayer sirvieron a un régimen, a un partido, hoy sirven a un colectivo diferente para mañana retornar a sus viejas componendas. El juega vivo de los mercaderes políticos es el cinismo que todos soportan pero que ninguno tolera en su fuero interno. El resultado es que los candidatos ni convencen ni arrastran. Lo único que hacen es aglomerar más y más votantes potenciales para ver qué pasa el próximo y cercano 2 de mayo. Una estrategia equivocada para un público que se menosprecia.

El desgaste político de las reformas del torrijismo de 1983 ha dejado a los políticos partidistas panameños sin iniciativa. La forma panameñista de luchar por el poder que se inició en 1931, se intensificó en 1945 con el retorno del Dr. Arnulfo Arias a la arena política, se consolidó en las campañas de 1964 y 1968, y finalmente intentó contra todas las previsiones derrotar a Noriega y a sus serviles partidos políticos en 1984 y a exigir su presidencia el 9 de junio de 1987, se ha perdido. Como si la invasión de 1989 hubiese barrido con las alternativas nacionales de lograr una patria digna, próspera y benéfica para los panameños.

La sociedad ha ido perdiendo la fe política y la moral partidista se ha debilitado. Profesionales politiqueros abundan en todas las alianzas, son los más consultados, tienen la primera y la última palabra sin importar que el resultado sea la desmoralización del pueblo panameño. Eso no cuenta para los malos políticos oportunistas.

 En 1994, cuando salí a luchar por el voto en blanco creía que ya era la hora de una Asamblea Nacional Constituyente. Pensé que la sociedad estaba madura, después del desastre del triunvirato que sucedió a Noriega y luego del gobierno errático de Guillermo Endara Galimani, y me equivoqué. El pueblo eligió a Ernesto Pérez Balladares sin reflexionar sobre la historia reciente del 11 de octubre de 1968.

Nada se había aprendido en la lucha por la democratización electoral del país. El resultado no se hizo esperar. El despotismo presidencial del Toro fue más efectivo para empobrecer al país que la suma de los gobiernos de Lakas, Royo, Ardito Barletta y los obsecuentes mayordomos del Palacio de las Garzas.

Luego de ese retorno de los políticos torrijistas, la sociedad panameña decidió, otra vez, contra todos los pronósticos de los expertos, oportunistas, mercaderes políticos que la presidenta debía ser Mireya Moscoso. La desmoralización, no obstante, ha aumentado. La campaña antimireyista mediática ha sido efectiva y las realizaciones de su gobierno no han cubierto las expectativas que tuvieron sus votantes, en el lejano mayo de 1999.

La desmoralización política da cabida para que la ya obsoleta y desgastada revolución torrijista se haga llamar "Patria Nueva", para que los discípulos y leales seguidores del panameñismo se disputen unos símbolos y para que un oportunista empresario político se financie una campaña presidencial. A esta situación se añade un pueblo fraccionado que no cree en los candidatos, pero que sí votará para que uno de ellos gobierne como un déspota o como un virtuoso gobernante si tiene el talante moral para hacerlo.

El problema es que mucha gente bien intencionada no sabe cómo votar el día 2 de mayo. Es la decisión que cada uno tendrá que tomar el día de las elecciones. En esta ocasión no promuevo el voto en blanco. Estoy consciente de que hay un candidato mejor que los restantes, pero que cualquiera que sea elegido tendrá que volver a moralizar la política aceptando la exigencia nacional de retornar al poder constituyente.

http://impresa.prensa.com/opinion/Desmoralizacion-politica_0_1168383218.html